sábado, 28 de diciembre de 2013

Y qué más da si todo está bien y mal. Me vuelvo diacrítica entre el cielo de tu boca y el infierno de tus ojos. Canibalismo inherente de un quizá. Y qué sabremos nosotros de signos de puntuación.

Puntos suspensivos que duran una caída.

Tirar mis cenizas a un charco; echarle el humo a las luces, y la culpa a quién. Que la lluvia sabe de lo que hablo cuando digo que Equilibrio se queda bajo, y me tira al suelo a ver si siento. Pero caigo en césped, claro. La suerte de doble filo del suicida. En fin... Tormentas que duran un cigarro.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Contra mí (caos).

Se me ha caído un botón del abrigo, Diciembre. Y me miro al espejo, como si el frío (no) fuese yo.
Lo peor es que me devuelve la mirada; claro, los abismos, me olvidaba. Pero no pasa nada, me olvido a menudo.
Mastica los versos de cristal, hasta que sean (des)trozos lo bastante pequeños como para no poder volver a pegarlos. Y trágatelos, con el humo de las ojeras anónimas. Que se confundan en las tripas con mariposas ensangrentadas, a ver si cuela, corazón colador. Bombea la explosión –transversal, a ser posible.- Que te desgarre la garganta como el grito que escondes en la grieta de una costilla.
Veinticuatro costillas.
              Horas.
                        Escaleras.
                                   Pero de caracol, que
                                   duelen más.
Doler. Ojalá supiese cómo. O el qué.
Ya hemos vuelto a las clavículas sin alma, pero armadas de interrogación astillada. Y respuestas sin pregunta al otro lado del oído.
No me mires, por favor, que tienes los ojos co-afilados con la boca.
No te guardes el silencio; escúpemelo.
No me amputes los finales, puta, que los necesito para no respirar.
Ya no sé ni lo que escribo.
Succiona las cuentas de los ojos, a ver si restamos humedad.
Las fechas, las flechas. Lame el cuchillo, corta la sal(iva)____la salida.
 Aprende las cerillas. Cenizas.
Sólo sé cerrar los ojos y abrir fuego. Que para disparar contra mí, basta con que mire la del espejo.

                                                                                                        -Telón, y final de punto suspendido-.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Poesías en aislamiento prevenido.

Su mano. Mi piel. Ni siquiera me había desabrochado el vestido.
Sentí arcos de impulsos. Me recorrió las vértebras-vértices azules (hasta el silencio).
Vacíos y abismos de punta.
Paró un segundo-eternidad y cogió el bolígrafo. Arrastró pedazos de (sin)sentidos negros y efímeros, y cerré los ojos para imaginar los microorgasmos que me dejaría escritos en la nu(n)ca, como pequeños mordisquitos de promesas por incumplir.
 Después vinieron los mordiscos de verdad.
Y allí estaba yo, sin el resto del mundo, viviendo una poesía en aislamiento prevenido, en los bajos fondos del autobús (o de mis ojos [o de los tuyos]).
Voy a mancharte las medias de pintalabios, vida, que quiero dejar marcas, y hoy todo me sabe a poema.
No sé en qué olor guardar este recuerdo, pero me "sobran" ganas, letras, y acordes. Y algunos tironcitos de pelo.
Mientras, Cheshire con la boca llena, nos sonríe por la ventana; y yo ni levanto la cabeza.

jueves, 5 de diciembre de 2013

No te olvides.

Y no te olvides de volarme las letras, como si pesaran. Sin dejar de ser versos borrosos heridos
por la luz que tenía Diciembre escondida debajo de la falda.






martes, 3 de diciembre de 2013

Tenemos heridas para todo (y menos mal).

Que tenemos heridas para todo, y es lo bonito de ser tan pequeños. Que cabemos en cualquiera.
Y en cualquiera nos ahogamos.
Así que quédate a dormir en las grietas-ciudad de mis pulmones, que allí siempre es invierno, y yo nunca sé decidir cuándo es buena idea respirar.
Pero cómo mantener el aliento, vida, si apestas a poesía.
Si tenemos caricias en prosa y orgasmos en verso (sí, sabemos.)
Si se me ha roto una cuerda y he perdido el equilibrio, hasta caer en tus vacíos (o eran vicios, no me acuerdo), donde tenías una de repuesto (igual de rota).
Derrotados por un vuelco de quién sabe qué página, porque existencias no me quedan, y de tinta corrida nunca estamos llenos.
Con ojitos de final desde el principio.
Relamiendo cada muerte, sabiendo del humo (que a pesar de haber tocado tu boca no se hace nube; nunca lo entiendo).
Un caos de letras y ruido, que olvidó lo de más allá, o que lo recuerda demasiado a cada trago (o era paso, quién distingue).
A estas alturas, y tan poco vértigo. Tanta hambre.
Que recuerdos y locuras nunca se habían parecido tanto.
(Puntos suspendidos)

Hasta la próxima. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Últimamente confundo mucho la necesidad de escribir, con las ganas de leer.
La necesidad de un café con las ganas de un cigarro.
La necesidad de un vaso de agua (ese, único e inigualable, que siempre nos parece que está a rebosar), con las ganas de otra cerveza.
-O viceversa-.

Los versos pecera, con los versos mar.
La necesidad de follarte, con las ganas de quererte (que, como todo el mundo sabe, "es otra forma de querer"; pero no basta, y hago mucho ruido para oír lo que me falta).
-Y a esto no hay quien le de la vuelta. De hoja. De ojalá. O sí, porque pierdes el mechero todo el tiempo, pero al final lo encuentras (o lo encuentro)-

Hasta que me de por admitir (otra vez) que da lo mismo.
Pero por el momento, ojitos antireloj, voy a pedirte cinco minutos más.
Y otra poesía.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Qué más da.

Me apetece caminar, sin moverme de mi cuarto. Porque hoy quiero estar aquí.
Quiero coger un avión y aterrizar en nuevos porqués.                
Quiero que me lleves a un túnel de lavado, a ver llover.
Porque podemos ver películas lentas, que son más poesía que conflicto, pero es que, según a que latidos, una crea al otro.
Podemos intentar escribir justo ahora, con la arena del reloj metida en los ojos, y el centro del huracán en el ombligo.
Y es que podría preguntarte cualquier cosa; y me responderías.
Podría (d)escribirte en veinticuatro moretones, de los que parecen la aurora boreal sobre la piel, pero un poco más muerta. De los que no tienen explicación.
Y aún me sobrarían tres. Tres palabras. Beso y medio.
Porque ya no sé si costillas, o gramos.
Si viento o carne…


Pero qué más da. Si se nos escapa igual. 

martes, 19 de noviembre de 2013

"Oigo cómo crecen las margaritas".

Probablemente esté repetido, pero.-

"-Habrá tormenta- gritó la niña, precipitadamente.
Parecía muy asustada de la oscuridad que se había cernido sobre el bosque, y de los retumbos que sacudían de vez en cuando el cielo. Ese miedo me sorprendió, pues antes no había tenido miedo de la hierba.
Parecían afectarla tanto el ruido, la oscuridad, y la fuerte lluvia, que le puse un brazo por los hombros. Al hacerlo, experimenté algo nuevo, una sensación menos ajena y desasoseguada, más responsable y extrañamente intensa; como si hubiera heredado una confianza y un privilegio. Por primera vez sentí cierta afinidad con el monstruoso paisaje; sabía que me habían enviado al sitio adecuado.
-Eres muy valiente- dijo ella, mientras los ensordecedores cielos parecían inclinarse en torno a nosotros y gritarnos al oído-; ¿no lo oyes?
-Oigo cómo crecen las margaritas".

Cosa vieja que andaba por ahí olvidada.

Por aquellos días en los que la ignorancia ayudaba a mantener realmente intacta la inocencia, y hacía que fuese tan sencillo escapar de los miedos como escuchar un poema o una canción, o refugiarse en la siempre tranquilizadora voz que los recitaba. 
Hoy escribo esto para agradecerle a tu voz ser capaz de recordarme cómo era esa sensación. Por aquella época sencilla de días felices; por estar a salvo otra vez de mis miedos nocturnos, como lo estuvo aquella niña. Dulces pesadillas.
“Tragasueños, Tragasueños, ven con tu cuchillo de madera, y tu tenedor de cristal. Trágate los malos sueños que de noche me dan miedo. Si así lo haces, Tragasueños, serás mi invitado; el invitado de honor.”
-(Y, por supuesto, un recuerdo especial a la persona que me recitaba cada noche esto antes de dormir, y lo introdujo en mi memoria para siempre.)-

lunes, 11 de noviembre de 2013

Aunque a veces no me alcanzo y. Joder, me echo de menos.

Puedo intentar huir de mí, de mis horas de más,
pero siempre me persigo.
Ya no vale el humo que sale de tu boca
con el cigarro de después del abismo.
Ya no sirven los charcos, los trucos de escapismo,
ni intentar dar vueltas 
con más grados que lo que bebimos ayer.
Y es que me he quemado con la tinta
hasta ser ceniza de mis propios labios.
“Hecha de viento en vez de carne”,
cualquier excusa es válida, si suena a mis vicios.
Porque vamos a utilizar el “egocentrismo
como forma de erotismo”,
y admitir que mejor mis ruinas que la nada.
(Por cierto, gracias; gracias por la nada. -Nótese la ironía).
Así que si el golpe retumba por todo el cuerpo
-porque, al fin y al cabo, está hueco-,
yo
me escribo.

De cuando se pone el sol de cada farola.

Lo bonito que es idealizar hasta los huesos
en un banco de Cibeles
llenándonos de besos
y de lluvia
y de vapor de invernadero,
mientras sale el sol y arranca el metro.
Aunque después de la siesta
ya no sea lo que era hace unas horas,
cuando era más otoño,
y había un portal en cada acera.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Quién no conoce.

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, 
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo".

sábado, 28 de septiembre de 2013

"Donde solía haber metal".

Porque todo lo hacemos sangrando, aunque ya no sepamos cortar. Aunque ya no sepamos si estático o en llamas. Aunque ya no sepamos a mar.
El hambre de vértigo, que no nos tiembla, sin encontrar la emoción perfecta, la postura. Y los mordiscos buscando la afinación. Las (de)cadencias adecuadas. Un revoltijo de carne y ecos, y grietas, y vacíos llenos de luz, que son más míos a tientas.
El vaho se nos hace cuesta arriba, y la caricia es tan rápida que levanta la piel, mientras la lengua se convierte en una oración sin fe que suplica que no se lleve también las letras.
Y nos descosemos, y nos quedamos sin aire en un barco que no es de nadie. Ya no llevamos sombrero.
Pero somos capaces de seguir bailando; o incapaces de parar. Y no sé qué más queréis.
Pero yo también.


domingo, 14 de julio de 2013

Qué bonito es relamerse. O releer, que en este caso es lo mismo.

"El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe, en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en las calumnias, en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aún las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante. El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces, pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo". 

lunes, 8 de julio de 2013

Improvisación de turno.

Como esas lucecitas de pared. Tan pequeñitas, tan tenues; escondidas en sus pétalos artificiales sesgados de arañazos. Pero brillando. Tan diminuta y dulce que calienta el papel antes de regarlo de palabras, tan torcidas como su sonrisa un domingo. Casi a oscuras. Resguardada en los rincones donde se ocultaría una tela de araña.
Qué bonita cuando inspira. Y cuando suspira ya ni os cuento.
Parpadea, como quien airea secretos sin que de tiempo a (des)dibujarlos.
A veces se funde, y se pierde en el muro pintado de promesas rotas por hacer. Pero descansa y vuelve a explotar, tan cálida que convierte el humo del té en niebla que mira y no deja mirar. Que quiere.
Arráncale destellos a mis ojos, a mis labios, que siempre buscan quemarse en tus nubes manchadas de sal. Estrellita de neón. Duéleme, que te quiero tal y como hieres, tan incandescente. Tal y como suenas las noches que te toco y no te desvaneces, ni te desintegras. Ni te vuelves fugaz entre corrientes de aire, dejando al deseo perdido en medio de nunca.
El titilar de una supernova indecisa, con dotes de escapismo cada vez que cierra los ojos y se ve.
Cómo se echa de menos a sí misma. Cuando tiembla de más, o cae de menos. Cuando salta sin vértigo en zigzag entre los dedos.
Infinito púrpura que termina en el penúltimo vértice, en la última costilla.
Una luz diacrítica por encima de la clavícula. Escotofobica creando sombras irónicas que caen y atraviesan el cristal. Transversal, agrietando, pero sin romper. Y qué catástrofe, porque cómo arreglar lo que está entero.
Como si quisiera recomponer.
A veces vale con acariciar el suelo, pero de la mano.
Comparable a las luces de ciudad. Igual de afilada, pero más comedida. Te gusta dejar espacio a la Luna. Poder fingir que no sabes que brillas.
Baila como el fuego, pero quema más alto. Derrite más abajo. Espera hecha cenizas, y renace descosida de retazos.
Habla de abismos, cuando es su ombligo. Habla de ganas, cuando es su cama.
Escuece cada mañana cuando se escapa a ser noche cerrada.

Y se apaga, cansada de pupilas agujero negro que no saben ver la nada.

 PS: Y los desastres también tienen derecho.

domingo, 7 de julio de 2013

Cosa desordenada.

A estas horas de la madrugada, bragas de encaje, y una tetera llena de suspiros con sabor a canela. 
Cualquiera diría que te estoy esperando. Como si no te conociese. O peor; como si te conociese.
Míranos. Tan tarde y sonriendo. Drenando tinta, fingiendo plurales.
Y es que es tan bonito esperar con el pelo revuelto y mi mejor vestido, sentada en el barro, que cuando llegas, qué.
Cuando llegas tengo los ojos abiertos. 
Y da igual que no tengas tiempo, ni nombre. Te tumbas en mi cama, y deshacemos las estrellas, porque hay bocas con cielos vacíos buscando lunas llenas. Pero todos a medias, y claro. 
Tu espalda demasiado dulce para ordenarla. Y la habitación, que sigue oliendo a flores. 
Me miro los pies descalzos, y recuerdo que la última vez que me acordé de olvidarte tenía los zapatos puestos.
Bailamos semáforos en rojo, con la sonrisa sádica de quien vuelve a los lugares donde fue infinito. Donde nunca hemos estado todavía. 
Nos miramos directamente, hasta que se nos quede marcado en la memoria un arañazo, para cuando nos conozcamos poder reconocernos. 
Después de algunos pedacitos afilados y varias tazas de té, ya sólo nos quedará cerrar los ojos. Y a sobrevivir que venga otro.
Porque después de sus piernas hasta el abismo necesita un cigarrillo.

sábado, 29 de junio de 2013

En el fondo del colchón.

Los dos lados de la cama.
Él siempre dormía en el lado de fuera. Ella en el de dentro.
Eso dejaba las cosas muy claras.
Él tenía la huida fácil, preparado para salir corriendo sin el menor obstáculo, con la libertad al lado. Ella, atrapada entre su espalda y la pared, sin más opción que acurrucarse al calor de un mes de invierno con olor a piscina.
Aunque claro.
Él se marchaba sin hacer ni un ruido, sin rozarla, y ella podía seguir durmiendo plácidamente, sin siquiera enterarse de su ausencia. Ella tenía que pasar por encima de él, tocarle, aplastarle; dolerle, probablemente.
Las sábanas un tablero ordenado de contradicciones, de pérdidas gananciales. Pero en el epicentro, una línea desgastada mezclaba el lado oculto con el sol. Cuerpos en contacto estático, imantado. Los dos lados de la cama eran el mismo.

En el fondo del colchón, daba igual pared o abismo; dormían juntos.

domingo, 23 de junio de 2013

Sin estar ni (a)parecer (¿?)

Somos el suspiro número veinticuatro. Somos el intento de algo bonito que se rompe con el último pedazo. Somos una llamada perdida. Somos como el envase vacío que alguien vuelve a dejar en el armario. Somos una carta sin destinatario. Somos un libro sin epílogo. Somos un punto suspensivo esperando los dos agujeros negros a deber. Somos las latas del rincón que sólo sirven de poesía. Somos el polvo al que todo vuelve, pero nadie echa de menos. Somos un grillo en una noche de verano en la que todos hacen ruido. Somos la estrella fugaz no tan fugaz que alguien se pierde, y el deseo guardado en un cajón con calcetines desparejados y monstruos perdidos.

Somos, o eso queremos creer.

Egoísmo de universo concentrado.

Estas noches sola, en las que todo es mío. Esta música que sólo estoy escuchando yo; conciertos de interior. Esta risa sin cómplice que rompe el silencio de nadie. Este alcohol que escuece sin nombre, y se ahoga en el humo de un cigarrillo en labios de quien no suele fumar. Bukowski, que esta noche me tiene de amante, compartiendo mis ojos con relatos de Poe, hasta que mis párpados no quieran más. Copas de vino (y se fue) que se estrellan en francés; por leer a Baudelaire a estas horas.  Mi alfombra, que cada par de horas me invita a la última cerveza –quién sabe con qué propósito, si ya me ha visto descalza-. Luces tenues que creen iluminar a Marilyn posando para Warhol, mientras mi gato me observa aburrido. Paredes que ya se saborean los versos que tienen escritos, de memoria y de repente. Fresas (y frases) con azúcar, porque es verano y está la ventana abierta.

Y al final “je ne t’aime plus, mon amour”, porque pa’ qué. Con lo bien que sienta este egoísmo de universo concentrado, estos acordes sin dedicatoria, y este escalofrío que no recuerda a nadie. 

Improvisación de pompa de jabón.

“Los últimos días del año équis”, los llamaba. A cada paso; daba igual hacia delante o hacia atrás. Todos se titulaban "Epílogo", todos llevaban a su habitación.
Algunos pasaban por el jardín, otros buscaban el giro en países que se salían del mapa. Incluso buscó barcos hundidos cerca del asteroide B612.
Pero es que no sabe dibujar, y las olas terminan en resaca y en adiós, siendo ella la Luna que arranca mareas crónicas inexplicables.
“¿Cómo sobrevivo a esta cerveza?”
Veinticuatro suspiros ,-uno por costilla-, y nadie que los acaricie. Así pasa, que latimos en anacrusa, y nos perdemos el golpe de gracia por tener los ojos abiertos.
“¿Pero qué te esperas, con ese cuaderno de hojas grises sin líneas, y páginas con los márgenes revueltos?”.
Sí… para qué pasar, pudiendo emborronar. Sino, siempre le queda la noche descubierta, con sus complejos de pirómana. Y resulta que el papel arde de maravilla.
Y ahí estaba, planteándose el hecho de que el agujero negro que ocupaba aquel taburete lejano, no era un “echar de menos”, sino sólo la búsqueda de una inspiración más barata que un billete de avión. “Y no es justo”, claro.
Al fin y al cabo era absurdo, porque ella ni siquiera quería escribir sobre tejados mojados, camas vacías, y olores nostálgicos. Quería normas nuevas para un mundo, plano quizá, con aventuras de piratas que no fuesen piratas, lluvia que cae hacia arriba, y frases irónicas.
Pero, ¿y las musas? Esas si que estaban lejos, y en búsqueda y captura (sí, imaginad uno de esos carteles que salen en las paredes de los bares de cualquier Western). Esas si que le hacían falta.
Qué desesperante. Ni siquiera las baldosas ponen de su parte. Al menos sus botas están rotas; eso siempre ayuda.
“¿Bailamos?”, le pregunta una farola. Parecía un poco tocada. “La gente se va sin despedirse, Farola. Pero, qué se puede esperar, si se quedan sin quedarse. Quiero decir, que deberías irte  casa. Ya bailamos otra noche”. Cómo brillaba.
Estos puntos, estos mordiscos sin razón y consentidos, son sólo una excusa para gastar tinta. Y es que no somos más que adictos a los arañazos húmedos y negros, que nos dejan las huellas dactilares listas para ser importantes un segundo y medio.
Hasta que todo se seca, y se arruga. Y terminamos en la papelera, con “Epílogo” escrito en grande. Tachado.
Y más abajo “improvisación de pompa de jabón”.
Y más abajo “Insustancial”.
Y más abajo “como un adiós”.
Y más abajo “Borrador”.

Y más abajo. 

martes, 28 de mayo de 2013

Aferrarse a una improvisación ardiendo (o de cuando Inspiración se esconde de mí).

Como cuando las cenizas queman, pero el fuego está apagado.
Me fallan los ojos. Como si el frío despeinase las pestañas y vaciase las cuencas.
Me fallan las piernas. Como si tener un rumbo fijo hablase de cornisas sin vértigo, pero igualmente suicidas. Involuntarias.
Me fallan las manos. Como si el temblor de las páginas de un libro se hubiese pegado a mi piel.
Me fallan las cuerdas vocales, como si supieran del equilibrio y sonrieran sin piedad alguna.
Pero lo peor. Me fallan las letras. Como si me las hubiesen amputado las ganas atadas a la cama. Como si no supiese qué falla, y no pudiese arañarlo en el papel. Como la tinta hirviendo en las venas, pero sin llegar a desangrar.
Me fallo. Otra vez. (Dis)continuamente.
Por eso me río. Me río cada vez que haces una mueca triste, porque no sabes qué has hecho mal, ni cómo me has herido.
Como si fueses capaz de hacerme ni la mitad de daño que me hago yo misma.
Como si alguna vez hubiese(s) sabido mantenerme respirando.

sábado, 25 de mayo de 2013

Improvisación desde donde la música araña. (Tal cual quede).

Llevo todo el día con una camiseta ancha, bragas de encaje, y tacones de unos trece o quince centímetros.
He jugando con el gato, y a la Nintendo. He comido comida china, y helado con montones de sirope. He lanzado canicas por todo el salón. He destrozado canciones de Regina Spektor al piano. He bailado encima de la mesa con un botellín de cerveza por micrófono. He deshecho una caja de porexpan. He hecho pompas y las he pintado con humo. He leído un par de capítulos de un libro de Terry Pratchet utilizando una copa como lupa. He escrito con la pluma, llenándome de tinta, y sin tirar el tintero; sobre el vacío y sobre imanes,sobre traiciones y sobre nostalgias que se creen que echan de menos. La pared me ha dicho que se siente sola. Y la ducha. He hecho magdalenas. Le he pintado flores a un mueble. He encendido todas las velas de la casa.
Me he puesto una blusa, botones incluidos, y me he quedado descalza.
               De repente estoy romántica.
No necesariamente en este (des)orden.

Curádmelo.
O no. 

martes, 21 de mayo de 2013

Juegos de las horas restringidas.

"Esta playa es como todas las playas, pero la arena no se te mete en los zapatos, si no en el poroso corazón- dijo el Hombre Arena. 
-Pero los corazones, además de porosos, son impermeables- dijo, con pena, la Mujer Mar. 
La Mujer Mar ignora que todo vuelve a comenzar cada vez que se evapora". 
Como nuestros peces efervescentes. 

-Parece ser que la reencarnación existe, incluso para el agua no creyente. Eso significa que igual no vamos al infierno y todo. 

-Creo que disfrazarse de electricidad cuenta como pecado. 
-Todo lo que da chispa cuenta como pecado; puede ser. 

Una nube, no muy segura de su propia forma, recordó el rayo, y dibujó distancia y velocidad en un mismo trazo. 

Diluido, el calambrazo llegó de un extremo a otro, sin saber de su inicio, ni ver su final. 
Despeinadas, las sábanas de dos camas lejanas cantaron juntas; cuánta soledad. 
"Me buscarás en el infierno, porque soy igual que tú". 

sábado, 4 de mayo de 2013

Epílogo.

La explosión definitiva de cada madrugada, para alumbrar el techo de fragmentos y poder dormir. El techo, que iba por libre, mientras yo tan alas cosidas, seduciendo a Gravedad. Hasta que se cayó.
Se cayó o se calló, que a veces viene a ser lo mismo.
Quizá incluso yo me caí.

El caso es que al final el sol no era la manera de deshacerse de la sombra, si no devorar el miedo a la oscuridad, y apagar todas las luces.
Pero las pesadillas saben cazar también a tientas, así que igual no merece la pena.

En los márgenes.

Y por no decir "combustión", llamémoslo "interjección espontánea". O "ay".

Siempre quedarán los equilibrios de aeropuerto.


Para dormirme de pequeña, mi madre me arropaba, me recitaba el “tragasueños”, y encendía una vela que calentaba el dulce o reducía a cenizas el miedo. Pero antes me leía un cuento.
Quizá sobre brujas que fueron buenas hace mucho, o sobre piratas con razones que merecía la pena conocer. Sobre niñas que rescatan el preciado tiempo que la gente desperdicia, o sobre flores que domestican a pequeños príncipes.
Me hablaba de viajar, por todos los rincones de este mundo y cada sílaba de otros.
Y a veces… a veces me hablaba del circo. Inventábamos historias juntas, de esas para no existir. Yo nunca sabía por qué personaje decidirme. El lunes era la maga que hace escapismo. El martes volaba la distancia exacta que separa un trapecio de otro. El miércoles serpenteaba tela abajo, como una onda más. El jueves podía ser una funambulista, bailando el agua de unos ojos tristes en un cable. El viernes era en blanco y negro, y mis cuerdas vocales dormían todo el día. El fin de semana estaba reservado para ser de viento (y quizá tinta y pluma) y deambular, antes de empezar en algún nuevo lugar.
Y seguí soñando todas esas cosas, dormida y despierta.
 Años después, las máscaras apenan, las paredes recitan “huir” por donde mires, las botas rotas siempre están hambrientas de vértigo, y los aviones nunca ronronean lo suficiente.
Circular, convertimos en los recuerdos lejanos de una peonza los billetes de ida con vuelta siempre al mismo lugar.
El caleidoscopio tiembla.
Cansados, rascamos sonrisas de muros helados en medio de un teatro en el que los telones pesan, y pocas veces se abren.
Todo un circo.
Pero no uno de esos circos bonitos, con los que mi madre me enseñó a soñar. Uno donde las carpas son de telas de colores y nostalgias bonitas, en las puertas de las pequeñas caravanas cuelgan atrapasueños, y duermen conejos incluso en los sombreros de los tramoyistas.
No. Es un circo de “intentos de” y "casi". De miradas acrílicas que rozando manchan pupilas-agujero negro, y bocas secas.
Aún así, aprendí muy bien de Peter Pan y, a veces, le canto a las farolas sobre la efervescencia del fuego. Salto de charco en charco, viajo al mundo de los calcetines perdidos, o maullo a mariposas descendientes del hada azul, que concedía deseos cuando la gente aún se atrevía a desear; cuando sabíamos del polvo.
A veces el lobo necesita correr, y abro la maleta hasta que los aullidos rompen la luna, haciéndola sonrisa.
A veces cruzo en rojo, saltando por las rayas blancas. Con algún latido de más. Como si siguiera viva, o algo.

PS: Ojalá esa vela se encendiese aún por las noches. Ojalá fuese tan fugaz. Como tus nostalgias, disfrazadas de echar de menos. Como las estrellas. Por morir de algo. De madrugada. De sobredosis. De puntos (suspensivos o no). De alguien. 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Improvisación de un minuto cualquiera bajo la lluvia (sin corregir se queda).



La lluvia resbalaba por el papel, haciendo que la tinta se corriese. Por eso ella, ese día, no llovía; bailaba agua.
El columpio subía, solamente subía. Billete a asteroide B612, sólo ida, y caída libre a un abismo en Sol menor, con rima asonante en la media sonrisa de una luna con bigotes.
Aterrizar quizá (barco, gato, y caleidoscopio incluido), en Alfa Centauri A. Pero claro, es la reina del desastre, así que incendio y nebulosa todo en uno. Cual té de colores hirviendo .
Creando universos a partir de cuadrados de arena convertidos en semicírculo.
Mis CatÁrsis y un día cualquiera. El silencio mueve la hierba, y algún Pepito Grillo ha olvidado nombres, y susurra redención.
La marea pasea por el parque, jugando al escondite, hasta encontrar sus pies descalzos.
De nuevo en el suelo.
Pero “huír” siempre está en el cuaderno, incluso a pesar de las nubes dramáticas y su manía de diluir.
Así que un giro de ciento cero grados, y saluda al General Sherman con una reverencia (subida a las puntas de sus pies, para igualar alturas) digna de la propia  Marie Taglioni.

Y lo escala, esquivando nidos y metamorfósis rodeadas de plumas (que amputadas serían buen instrumento para escribir y volar). La tentación, siempre con sus alas en forma de interrogación, y dando vueltas sobre un globo terráqueo; o extraterrestre. Humanoide.

Vuelve al cielo, signos diacríticos en mano, dispuesta a construir constelaciones con columna vertebral, y fé hecha lengua.

El gris queda tatuado de verde, de pupilas, de cuentos que se cuentan a la luz de una vela, en un suspiro tenue, o que se gritan desde cubierta, para que lo oigan los peces y las estrellas submarinas.

Las complejas subordinadas descienden junto a ella por el tobogán, y queda una perfecta Aurora Boreal vestida de palabras solitarias seguidas por puntos, ordenadas como una bandada de pájaros que escapan, de a uno, pero sin perderse de vista.

De vuelta a casa, la reproducción aleatoria recuerda (en clave) a sus tímpanos el por qué.
       
                       

Cobardía o egoísmo, o la fina línea. Pero da para poesía.

Como Chéjov llamando "cachorro de cachalote" a Olga Knipper. Como Emily Dickinson preguntándole a Thomas Higginson si sus poemas tenían vida. Como Edith Aron sin responder a las cartas de Julio. Como la bala con nombre que mató a Mayakovski. Como Ofelia ahogándose en las carcajadas de Hamlet. Como Verlaine decidido y Rimbaud indeciso. Como si Henry Miller y Anaïs Nin no se hubieran conocido nunca. Como Frida salvando a Diego de sí mismo y de sí misma. Como si Nabókov y Vera nunca hubiesen ido a aquella fiesta de disfraces. Como los hospitales azules de Neruda a Federico. Como mi Ángel con esperanza y sin convencimiento. Como si la Libertad de Paul Éluard hubiese acabado con Gala. Como Celaya convencido de que no merece la pena intentar transformar el mundo. Como Baudelaire sobrio de vino, de poesía y de virtud. Como Juan Ramón quejándose de la risa de Zenobia. Como si Wilde hubiese muerto en aquella cárcel de Reading. Como borrar los cuatro días en Viena de Kafka y Milena. Como Otelo confiando en Desdémona. Como Leonard Woolf evitando la caída de Virginia. Como Leonor y Antonio plantando un olmo juntos. Como Oliverio Girondo enamorado de un pájaro sin alas. Como si Matilda Wormwood nunca hubiese aprendido a leer. Como Bukowski mostrando una bandera blanca.
Otro valiente más muerto de miedo.

Hoy.


Hoy echo de menos.
Hoy quiero cuentos que no sean escritos, si no contados. Por ella. Y dormirme en un banco de estación, mirando sus labios moverse, hablando sobre algún pirata cascarrabias que se rebeló, y compró un gato en vez de un loro.
Hoy quiero no jugar sola. Quiero subirme al tren, y que a bordo seamos nosotras las bucaneras. Viento en popa a toda vela, sobre nieve y vapor. Saltar por encima de respaldos que caen a abismos y no a asientos, socializar con dinosaurios disfrazados de revisores, e importunar a pobres polizones que en realidad han pagado su billete. Y por qué no, que Dios nos guarde las maletas.
Sólo ella sabe, y hoy quiero que me recuerde, que no hay ningún motivo por el cual no pueda ser juglar en un castillo, o vendedora de paraguas en un barco, funambulista en una plaza, escritora de recuerdos olvidados en un puerto.
Hoy quiero volverme diacrítica de nuevo, y ser sólo una diéresis en su clavícula, y que sepa pronunciarme. Que me lleve como un lunar, cerca del pulso, por ciudades frías con calles tan de cuento que asustan, pero que no nos conocen. Nadie sabe nombres, ni idiomas, ni ojos. Ni siquiera la luz de las farolas nos sabe efervescentes; sólo el cosquilleo.
Hoy quiero que la tinta fría de las venas se mezcle con té hirviendo. Y el azúcar repartido; en la taza, en fresas, en frases, en una película que ver con las letras destapadas.
Hoy quiero incluso aquella despedida con olor a sugus invisibles, y un no adiós a menos de dos mililitros cúbicos de sus pupilas.
Hoy quiero.

viernes, 19 de abril de 2013

De las tablas sueltas y los juegos de palabras, o la obligación de usar las mayúsculas.

Los pasos pesados volaban por el eco de madera. La oscura tela negra bailaba lenta, dejando un suave olor a primavera con reflejos verdes. El pelo enredado en astillas y recuerdos, disimulaba una sonrisa enroscado en una trenza de raíz con flores muertas. La tinta corría helada por las venas, y un acorde menor bajaba hirviendo en dirección contraria por el mismo carril.
Huir en vuelo estático. Carcajada ensayada de fondo. Máscaras de porcelana que se rompen al caer; al ser lanzadas.
La clave está en el ruido con sabor a tropiezos y saltos.
Vertical, o negociando. Todos sabíamos que a ese vestido le gustaba cantar, ignorando a los efervescentes peces de neón que se funden con las farolas cualquier noche de borrachera.
Apaga la luz. Sigue caminando.
Y entre aller simple y giro de caleidoscopio, seguirá pese a todo la incapacidad de distinguir los orgasmos, de las cuerdas que suben y bajan el telón.

Para una amiga, que le gustó mucho.

Me besaba incluso en primavera, en época de alergia, cuando tenía que escoger entre mi boca y respirar. Pero bueno, él siempre decía que era lo mismo.

martes, 19 de marzo de 2013

La magia de las compañías aéreas de bajo coste, o de cómo los aviones a veces no son de papel.


Que en dos días yo voy a llegar al invierno, y no al revés. Y los "tés" van a volver a no ser "tés", si no secretos; mucho más de cerca.
Secretos muy mal guardados, todo sea dicho. Pero es que los piratas y el honor; ya sabéis.
Al fin y al cabo, recortar baldosas mojadas de norte es más aventura si son cuatro botas rotas las que se pierden con los mapas. O en.
El caso es que se pueden confundir los motores de un avión con ronroneos, las letras en la piel con primeros besos, y quedarse sin aliento con respirar a trazos.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cuando aún no han cerrado las piscinas, y somos sal en las olas.

Confundiendo versos pecera con versos mar. Al fin y al cabo todo son lágrimas, siempre a punto de rimar. Por eso hacíamos buena pareja; tu alfombra de sal y mi ropa.
Me enroscaba como un gato en espirales de domingos con olor a cerveza y sofá. Como un invierno que sabía dormir en el calor de las pupilas de Septiembre, cuando aún no han cerrado las piscinas; sin morir.
Pájaros con las alas demasiado grandes, y yo que siempre le encontraba utilidad a las plumas amputadas. Cuánta poesía. Intentando escribir los gritos del viento en la garganta, y que se escurriesen por la espalda. Que desgarrase.
Como si fueses a encontrar mis calcetines perdidos, o a atrapar insectos en ámbar.
Y yo que aún creía en las despedidas. Esas tan bonitas, que dolían y sabían a sugus de estación.
Yo, que quería ser el último de tus puntos suspensivos; el que se queda justo al borde del precipicio. Y que nos precipitásemos en la siguiente línea.

Hasta que enciendes la oscuridad, y todos se asustan.
Y para cuando te vas, yo ya estoy sola.



La lámpara de tu mesilla será la puesta de sol en pausa (tal vez a punto de morir), y haremos del suelo de tu habitación los canales de Venecia.
Dormiremos desastre y cataclismo revueltos, para despertar en tu boca con mi mejor sonrisa de catástrofe despeinada.

El cielo atardecer de su boca era la puesta de sol del azul de sus ojos.


Arriba, abajo. El balanceo intentaba meterse el viento en el bolsillo. El chirrido de los grillos quedaba ahogado por el del columpio, y le vino casi tangible la imagen de su propia vida, con el cielo, el horizonte y el suelo confundidos en un color Marte agónico y precioso.
La lluvia cae regando el parque de humor cambiante, jugando a deslizarse por su pelo y por los toboganes.
Coge más impulso, y la vida traspasa su nariz. Los árboles ya sólo son agujas sin anclaje a la tierra, que intentan pinchar la cúpula.
Se abre un agujero en las nubes (quizá por el huracán de su juego), y se dejan ver unas pocas estrellas, perdidas en un escenario improvisado.
Escenario.
Ella, que siempre confundía los orgasmos con estar atada a las cuerdas que suben y bajan el telón.
Y salta. Aterriza con tanta fuerza en la arena que sus pies echan raíces en los engranajes muertos de la noche. Pero son elásticas.
Se pone de puntillas, y estira las ataduras. Vuelve al suelo, y el hambre de vértigo le recorre la columna vertebral como un funambulista de fuego y hielo. El escalofrío devuelve sus pies a las puntas. Algo se rompe en su estómago, y en su pecho. Cada ligero movimiento inventa uno más amplio y más fuerte. Ahí está; aleteos.
La arena se vuelve agua. Ella está hecha de humo, volátil. Los árboles son sombras que marean las distancias.
Vuela. Arriba y a gritos libres que vuelven sus raíces una simple línea.
Vuela. Y el cielo. Las alturas rompen la tonalidad del polvo lejano, y pasa por los labios fruncidos que eran más acantilado que boca, hasta llegar al color de aquellos ojos que eran charco profundo, más azules que cualquier cielo.
Y vuela en picado. Cae. Se vuelve entera de madera y porcelana, y el vértigo le sube como un ovillo de lana, desde los pies descalzos hasta la garganta, atrapando los gritos, las calles, los giros. Ahogando.
Se queda tumbada, confundiendo aún la posición horizontal con el vuelo inestable. Mira fijamente hacia arriba. Tenían las pupilas imantadas.
Un parpadeo del cielo, y ella misma cierra los ojos. Duele cuando no mira, y eso no está bien. Mantiene los ojos clausurados, por derribo. Asfixiando ganas, enterrando mariposas.

viernes, 1 de marzo de 2013

Distracciones recurrentes. Y se quedó sin corregir.

Nos gusta disfrazarnos de piratas desorientados; sin loros, con asfalto. Acariciando los espasmos en la literatura de nuestros brazos, impregnada de saliva en los puntos cardinales clave. Como si supiéramos escribirnos, entre cervezas y tés que no son tés, si no secretos. Aguantamos la respiración, y somos partículas subatómicas bipolares buceando en agua fría. Me recita desde lo alto de una silla, y casi parece una nube con el pelo revuelto. Tiene los verbos llenos de nieve, y no sabe si es una hormiga o una nave espacial; yo digo que es las dos cosas. A veces es un párrafo, otras se pone sus galas de metáfora en una sola línea. 
Hasta sus ojos son de fresa, pero se clavan; sobretodo cuando aletea y provoca huracanes. 

jueves, 21 de febrero de 2013

En las paredes, teatros de sombras que saben arropar.


Está lloviendo. Es el desván del invierno. Me siento culpable, porque hace un rato que estoy suplicándole al cristal que haya alguna nube lo bastante triste como para llorar copos de nieve en lugar de gotas de agua. De agua, como mis propios ojos. Partículas heladas, como balas feroces arañando el aire en vertical. Abrasando.
Mis articulaciones crujen como madera, mis párpados como huesos chocando. Qué bonita parece la libertad en el lienzo, pero es cuestión de romper hilos con la realidad y ya estoy por el suelo; o por el cielo, depende de la perspectiva.
Me escalo en horizontal, agarrándome a las paredes de mi estómago. Un poco más yo, pero sin destruirme (raro, ¿verdad?). Una muñeca pequeña, pero vieja, con pies de bailarina descalza, de puntillas, y sombra de pájaro.
Sonrío al verla aletear con la tuya. Llevas sombrero en la pared. También sonríes.
Pero el desván está vacío de cosas tangibles.
A veces estamos más cerca, como si yo me volviese un poco más de este mundo, bajase las escaleras, y te encontrase tumbado en el sofá, viendo la televisión. Diminuta, tú me cogerías entre tus manos, entre líneas, y me harías crecer. Pero entonces tu sombra se difumina, se vuelve translúcida, hasta casi disolverse, y la mía se pone triste. Así que no llego ni al quinto escalón.
Sigue lloviendo, y las gotas se adhieren a los muros, y se deslizan por nuestras sombras, mientras bailan entrelazadas una melodía escrita en una partitura impermeable. Mis cuadernos sólo se mojan con sal y agujas de relojes estropeados (tan afiladas…)
Mis dedos recorren el mecanismo arrancado, los tachones. Engranajes de viento. Sangro las ganas de ahogar tu cuerpo en luces y suspiros agudos, mientras les doy cuerda.
¿Cómo puede ser algo roto tan perfecto? Me clavo en tus vértices de niebla. Mi pelo diatónico acaricia el vacío de tu ausencia, cayendo empapado a ambos lados de la porcelana, y tu pequeña sombra se estremece entre los brazos de una versión de mi cuerpo, más oscura, desdibujada, y sin perfilar. Negras, como dos planos agujeros de tinta.
El cataclismo se escurre entre mis venas, y me palpita en el pecho, casi en las caderas. Se ralentizan los latidos, y me reduzco a una fina línea que separa tus labios. “Qué bien me bailas la lluvia y los silencios”, me susurras al oído sin moverme.  Cómo juegan los dos pedacitos de nada electrizante.
Te viertes en mis ojos, como un haz de luz apagada, como un monstruo cruel con buenas intenciones. Gramática del amor; y me vuelvo diacrítica. Tus manos son como microrrelatos por mis pupilas, palpando el calor que nos pierde, enganchados. Parece que tenemos alas, y nuestra inercia vaya a echar a volar.
Tienes risa de relámpago, y las pestañas de tinieblas se me inundan con mi propia lluvia. Nos movemos al ritmo, como si un gigantesco gramófono nos ofreciese una tormenta cargada de plumas, cosquilleos, y calambrazos. Casi parece que adquirimos un poco de color. No podemos parar de dar vueltas, como si ya no estuviéramos en la pared, como si un gigante nos hubiese metido en un praxinoscopio, y se deleitara con nuestra coreografía.
Electricidad estática y brújulas que no marcan el rumbo, si no nuestro epicentro.
El huracán se ralentiza, y oigo el sonido de las cosas que se rompen. Puede que un grito de lo que existe, o el corazón de lo que no.
¿Me tiembla la voz, o la ausencia de palabras?
No te toco. No puedo. Y miro fijamente a mi sombra, anunciando, lamentando. Pidiendo disculpas. Casi suplicando, porque sé que soy muy vengativa. Dos regueros más oscuros que ella misma salen desde la altura de su cabeza y la desfiguran. Tu sombra, cabizbaja, palidece.
Hago crujir por completo mi cuerpo de marioneta. Curiosamente, en el plano de los colores todo parece más apagado. Me pongo en pie y camino, hasta el principio del fin, el primer escalón, y me detengo como quien, en un cuadro, observa el abismo invisible desde un acantilado que jamás termina.
Tres, dos, humo.
Y salto. Pongo fin a este circo. Mi circo.
Oigo tu voz al final de la oscuridad, como una luz, dolorosamente real y cegadora.
Me deslizo hacia ella como un preso que aguanta el peso de sus grilletes (rotos) voluntariamente.
Y me deshago escaleras abajo, hasta llegar, y tú, sin sombrero, barres con los dedos un montoncito tintineante y tembloroso de polvo de muñeca mezclado con sombras, que en su último aliento, se vuela y se desparrama por el techo de la habitación.
Bailo por última vez en la luz, como ceniza volátil que se despedaza de placer en los rayos de sol.
De nuevo, como en un bucle inevitable, dejo de existir.
Y casi lo siento.
Lo intenté. Te intenté.

Arriba, en el desván del invierno, nuestras sombras se dan uno de esos besos de película, bajo la lluvia, mojados por la música y la corriente chispeante. Bailan sin soltarse, oscuras, junto a las llamas de una hoguera medieval hecha de tinta derramada.
Giran, y giran… El frío se hace calor, y las nubes, fuera, se siente solas y lejanas. Furtivas, se cuelan en la lámina. Y nieva. Y  las sombras se abrazan más fuerte, convertidas en un garabato ardiente de noche cerrada, sobre una sábana de nieve dulce y gélida.
Como en un film antiguo, en blanco y negro y con final feliz.  

Rotos.


Vienes a ver el teatro de mis sombras y mis vicios, con ganas de desvariar y descoser. Y yo, que tenía la cama sin hacer.
Nos estallan las palabras mal calladas, los besos que gritan, los gritos que desgarran.
Me arrancas los cristales, me arañas el equilibrio y la espalda. Nos subimos a la cuerda floja, a ver si nos arrastra. Mar adentro, tempestad.
Me miras desde abajo, con restos de sol y de sal.

Y se me ha colado en la maleta un susurro de tu olor, que se ha pegado al vaho del espejo en forma de Diciembre. Botellas por el suelo y calor. El alma de una ciudad en mi habitación.
Las luces apagadas, y sigo viendo el humo escalar por las paredes.
Te dejaría volver a leerme, si supiera quién eres. 

lunes, 18 de febrero de 2013

Por saber. A mar, o a fresas con chocolate.


Te he bebido a chupitos; unos tu tinta, otros tu barra de labios. Al final borracha, envenenada, y derramada en cualquier cráter de la Luna. Qué mejor manera de nombrarte dueña de mis resacas, y coronarte reina de mis monstruos. Aunque siempre me has gustado más encima de la cama.  

Pequeño recopilatorio de los aleteos esporádicos de una libélula.

Eres algo así como la canción que salta en el reproductor aleatorio los días de depresión. La gota que rompe el lago después de perder mi equilibrio mental en la cuerda floja. Así, dilapidando el tiempo, matando ideas. Pero espera; voy a destilar primero el despecho, que sólo el odio puro emborracha. 
Y si no, emborráchame a base de historias. Aunque igual te acepto también la cerveza. 
"(...) alimentas la llama de tu luz con tu propia combustión (...) tú, enemigo de ti mismo, demasiado cruel hacia tu dulce ser (...)"

Al final va a resultar que soy la diéresis de tu clavícula.

Juntos. La cama. Quizá así despertemos. Desenfocados; o temblando, quién sabe. Milímetros, eternidades. Sal en la saliva. Quemaduras, vértices. Adicciones, despedidas. Tu boca el fénix, mi lengua las cenizas, la oración. Y creemos, con los verbos ensangrentados y las manos atadas a estrellas de plástico; brillando. Parpadeos, olor a papel viejo, (des)gastado. Húmedo. Nos bebemos. Inundamos tu cuarto como un búnker de destrucción y noche de mantas (o mantras). El pequeño ballet sin título de palabras encadenadas, pintadas. Por confundir música y letra. Y gemido, y risa. Por llover a escala. A trazos, a ratos. A mil kilómetros por hora por cada espacio en blanco y negro de la carne. Y leernos, morirnos, ahogarnos. A mordiscos.
Incluso a traición.
Toneladas de bipolaridad transformándose en tu fe, de mis venas a tus ojos. De cerca. Por la espalda. Por reflejo. Y nos diluimos sin espacio en un tiempo en pausa. Aguantando la respiración. Amputando silencios. Gritando bajito, o suspirando muy alto.

Las buenas noches nunca hechas.

Se apaga hasta que sopla el viento. Y se extiende, como carne sobre huesos cada vez más agrietados. 
Un nombre, tal vez. O sólo unos ojos. O buenas noches. El caso es que ni lo sabemos. Ni nos importa. 
Yo estaba allí para. ¿Para? O sigue. Quizá por los vasos vacíos; ahogan muy fácilmente.
Así, sin necesidad de cuerda, ni plástico, ni luz. 
Dame la llave del caos. 
¿Cómo se desarma lo que está desnudo? Envuelto en sal. Sí, engaña. Pero tinta las venas, papel las pestañas.
Buenas noches. Y abrigos que no abrigan porque queremos tener frío. Como si fuésemos algo más. Como si las sábanas. 
Ríos que no son, porque están secos sin ser oscuros. Y los puntos suspendidos en el aire que dejaste. Cuando te pedí que me hicieras Silencio. Agujeros negros llenos de vacíos. (Des)esperando mucho de la falta de respiración. 
Me he vuelto a perder. 
Sácame del Sol. Buenas noches. 
Mira. Y no hace falta que lo veas. Bailando con la destrucción, y resulta que arrugados, que agridulce. Ojeras sin nombre, y dolor de cabeza. ¿Por nublar el juicio? Por si éramos culpables. O sólo humo. O incluso polvo. 
Aprieta. El peso y la levedad, por no variar. Y casi flotamos. 
Me caigo, me despeino, me niego, la sangre, más rápido. Morado. 
Y olvidamos, del verbo lengua. Que las camas ni el presente las recuerda. 
Ya no sé si quemado o ardiendo. Si escribir palabras moribundas, o arrancar la piel directamente. Incompleto. Abierto. Sin saber doler, y las ruinas no se arañan solas. 
Y me pongo los zapatos. Me siento, pero de lejos. El barro. Tu sombra. Un beso. 
Buenas noches. Cierra el telón cuando salgas. 

lunes, 11 de febrero de 2013

Cuando no sabes si Melpómene o Talía....

"Todo lo que hace le viene de dentro, de un oscuro impulso. Quizá por eso es tan emocionante verla bailar. Tan peligrosa... Incluso perfecta, a veces. Pero también muy destructiva".

...Si cisne blanco...
O negro.

miércoles, 30 de enero de 2013

Él orgullo, contra el abracadabra.


Una canción de Tegan & Sara daba vueltas en el tocadiscos, en mi cabeza; tú te limitabas a mis pupilas y mi nariz. Y quizá mis manos. O mis piernas. La colcha de estrellas se había convertido en el cielo sin tiempo ni espacio, y tu voz era el cuento más laberíntico que jamás se haya escrito. Hablabas de sangre hirviendo y pies fríos, y fresas (o frases) con azúcar, y viajes a la Luna. Dibujabas en tu pelo mis medias a rallas desgastadas de baldosas moradas y calles desconocidas.
Ahora el reloj suena, y su arena araña la piel. El Sol quemó los aviones de papel y, a traición, lame las nubes con su amanecer más cruel. A esa hora, en ese sitio. Hacía tiempo que no nos cruzábamos. Y nos vimos (no cabe duda alguna, electricidad disfrazada), pero sin escucharnos.
Y así, por las calles de siempre, y hablando en tercera persona, se había convertido en una de esas cosas tan de este mundo, tan insuficientemente real, que nunca saca el brillo infantil de los bolsillos.   
Una mirada atrás, como quien no quiere la cosa, y el cuchillo entra y sale rápidamente, limpio. En lo que tardó en extinguirse esa milésima de segundo, un ligero apoyo insustancial en el hombro de al lado, y un ligero paso con alma de salto. Con los tacones en su sitio y una sombra de realidad en las mejillas, se aleja, vista al frente y paso firme. 

-Desarmar o desalmar. Desterrar o enterrar- 

lunes, 28 de enero de 2013

Pasión o soledad.


Encontró en el fondo de la copa el cadáver de un hielo en descomposición, y la dislexia literaria y/o emocional que necesitaba para fijarse en que la cremallera del vestido no le llegaba hasta arriba. 

.

Mi vida está llena de puntos. O agujeros negros. O suspendidos. No sé.

Epílogo.


-Tenía una obsesión grave con el tiempo.
-Lo sé Doctor. La oigo hablar.
-Quizá si la hubiera escuchado, hubiésemos tenido un diagnóstico completo.

Indignado, aparta las manos de las tripas de su paciente, que parecen rugir en un intento de decir La Palabra; una especie de traición o venganza. Le cierra los ojos, ya ni pozos ni puertas, y da por terminada la autopsia. 

jueves, 24 de enero de 2013

Pero qué más da si yo hago escapismo.


No soy. Y no pasa nada. Pero nada. Excepto el tiempo. Indiferente tiempo. A veces creo que el tiempo tiene un poco alma de persona; pero sin disimular.
A veces creo.
Miradlos, con su complejo de contradicción, tan sencillos. Parece que la calle sonríe, y que no les importa. Y que no están.
Pero qué más da si yo hago escapismo.
Qué importan las nostalgias que aprietan, si al fin y al cabo nunca fueron necesarios, nunca fueron adicción. Los cuerpos, sin viento en los ojos, en los huesos.
Y qué importa el ritmo de mis labios cuando beso las palabras, si están muertas. En segundos…
¿Veis lo que decía del tiempo? Sepulturero.
Quizá incluso disfrute descuartizándonos.
Pero claro, soy tan vengativa… Al final me arreglo diseccionando el mundo. Entero. Ojalá. Sólo eso.
Posibilidad. Movimiento. Esperar. Yo qué sé.
Cuánto ego(centr)ísmo.
Pero es que cómo voy a respirar si no desnudo el suelo, a juego con mis pies.
Si las nubes fuesen sólo nubes… ¿podéis imaginarlas sin escupir fuego? Si, claro que podéis.
Pues lo siento. Siento que me escueza más el caleidoscopio estropeado que la soledad. Siento. 
Ya os había advertido sobre las costumbres; y al final la decepción se transforma.
Al final, sólo huimos y nos olvidamos de a qué estamos jugando. Al final.
Y yo caminando por el bordillo, como si estuviese a mil metros de altura, equilibrando mis manos con libros y cicatrices. Y no es más que un diminutivo.
Como mi mecanismo. Sí, el de color Marte; seguro que lo recuerdas. O no. Al menos ahora chirrío más alto, parece. Aunque sigue siendo un poco disonante. Quizá la reina del drama aún no sabe hacer bien malabares con cadencias y decadencias; aún no puede componer más allá de los acordes menores.
Y volvemos a lo del tiempo… No, no volvemos. Espero. Sueño. (“Morir, dormir. Dormir, soñar”. Qué gracioso era Shakespeare).
Y acabo discutiendo conmigo misma. O con otra yo. Por no variar.
Nos gusta tanto decir las cosas como son, sin ser realistas…
Ahí lo tenéis. Total, parcial.
Singular disfrazado de plural.
Al final, lo único que importa son las luces, los cuentos por las paredes. Las paredes... que permanecen. Con ellas somos siempre nosotros los que nos marchamos. Y estarán ahí si volvemos. Constancia e inconstancia. La perfección. La inmensidad, que agobia y desahoga; con promesas, tristemente. Al final.
Las preguntas, las respuestas.
El telón, el punto.
Y terminamos, masoquistas, rogando el tiempo.




domingo, 20 de enero de 2013

La piel rota de Lady Tinta, a voces en la vibración de las cuerdas. A veces, es la única manera.

Cuando llega la nada, salvo el "huir" por las paredes. Nunca se cansa. Nunca arde. Sólo se convierten en cenizas las palabras, que nunca. Las que murieron por la sequía en los ojos de Lady Tinta, desnuda y con el alma a punto de caducar. Como el papel agrietado en el cuerpo. 


Y en la boca, el recuerdo de un olor. 
VERSOS RESUCITADOS Nº 21.


La gama de la caída. (Sin vértigo, por no variar)


Luz blanco nuclear, con todos los colores y ninguno. Vacía. Como la piel rota de Lady Tinta. Ya no sabe si está tumbada, o es que vuela. Si no encuentras la salida, o es que nunca te perdiste.
Gris; aún recuerda esa palabra, escrita en la letra pequeña de la niebla. Como si las cenizas de los puentes hubiesen eclipsado el cielo. Pero entonces se le vierte la pintura de los ojos, y le empapa las alas. Y viene bien porque, arrancadas, sirvieron para pintar el cielo de atardecer. Para irse. 
Y entonces negro. Como el telón. Como el fin sin principio. Sin punto siquiera. 

sábado, 19 de enero de 2013

Por romper platos en clase de filosofía.

Pájaro de alas frías y sangre caliente. Rondando con vuelo inestable por puertos de ramas heladas.
Mordiendo calles vacías y horas melancólicas, arrancando carne. Dejando herida abierta allí donde se posa.
Cicatrices... si cerrase. Y quizá alguna hoja caída. Porque nunca deja morir del todo las cenizas.
Como un fénix; igual de cruel.
Recita venganzas de marcas rojizas; en el cuello, en el hombro, en la cadera. Incluso en la boca.
Como por resucitar palabras con la punta de la lengua, a un lado de la cama, en el extremo de un bolígrafo.
Que sí, que constelaciones en los lunares, pero de fresa, que es lo mejor y lo peor.
Chocolate por poesía, decía. Ni por favor, ni abracadabra.
Qué grandísima (y linda) zorra.

También era efervescente.


Como si hubiese desaparecido de la faz de la Tierra, y de repente.
Otra vez en todas partes.
En la muñeca de una chica. En las flores de lavanda. En cierta manera de nombrarme. En una mirada en un bar. En el ligero tartamudeo del cajero del supermercado. En esa canción.
En el fondo de la piscina.
Y me da por tirarme. Pero sólo porque es domingo. Adelantado. Tarde.

PS: Y a pesar de todo, ya no lo estamos cumpliendoAcordamos que cada despedida tenía que doler como la primera. 

martes, 15 de enero de 2013

No aquí. Ni siquiera en ninguna parte.


Yo bailo con la imaginación de las personas. O en. El caso es que hago malabares con unas cuantas imágenes; imágenes diluidas, ¿sabes? Eso es lo que escribo. Vuelos inertes, ráfagas invisibles. Y el resto lo jugáis vosotros. 

Y esto me ha salido hoy mientras iba de camino a clase:


“Para irte con tus libros, tus guitarras, tus botas rotas, y tu brillo de estrella adhesiva.
Desde luego tienes la fugacidad de una; una de esas que no llega a pegarse, y tarde o temprano se cae“.
Eso fue lo último que Él susurro en su oído antes de que se durmiese. Ahora lo había recordado, como un parpadeo tardío que llega a través de la ondulación de su vestido morado. Lo veía bailar por el rabillo del ojo, sin la suficiente libertad para parecer un saltimbanqui, pero intercambiando cuentos con el viento. Qué sabría ese trozo de tela de los trazos invisibles de Invierno cuando está desnuda. Ella.
Nada.
Volviendo la vista hacia el móvil, nota las miradas de desaprobación de un par de personas que pasan a su lado como sombras. “Esta sociedad, absorta siempre en sus teléfonos”.
Lo que nadie sospecha es que va escribiendo una novela, no un mensaje.
Ella sólo escribía a sus amigos y monstruos imaginarios.
Entra en el coche entre murmullos. Le mira ligeramente a la cara, y cierra la puerta de manera apenas audible.
Él la observa fijamente, en un semáforo, preguntándose cuándo. Preguntándose más.
Podía ir durante horas sentada en el asiento del copiloto, con los labios estáticos, moviendo con suavidad su bola acrílica de contact entre los dedos, por la palma de las manos, con los ojos perdidos en el cristal. Helada, derretida, de piedra, y evanescente. Con sus brazos pálidos bajo cuchilladas de letras. Fascinante. Pero Él le tiene miedo. “Seguro que está amputando palabras (con ayuda de su ejército de gatos a lápiz), por salvar el cadáver de algún silencio”.
Nitrógeno líquido.
Ardiendo, congelados. 

lunes, 14 de enero de 2013

Lo voy a llamar homicidio (in)voluntario... (Varios)



"Tus palabras no surgen por pereza y no te pinchas con alfileres porque tu sangre no brota caliente.
A veces eres dos, y las dos distintas a ti.
-No importa, me puedo acostumbrar a un rostro".
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"(...) A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces, pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo".
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"El propietario de una tienda de instrumentos, que empezó el negocio como afinador de pianos, sostiene una guitarra para que la pruebe el cliente. Ya jubilado, sólo atiende a viejos conocidos; pero lo hace muy de vez en cuando.
-Ésta.
A su alrededor, el silencio. El silencio de una tienda de música, es distinto a todos los silencios. Es un silencio que espera".

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"O eras tú la cintura de aquella guitarra que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido".

domingo, 13 de enero de 2013

Y como sigo bloqueada con los cuentos, pues improvisando más pasan las horas.


DE LAS DUDAS Y TOMAR TÉ EN EL CENTRO DEL MUNDO.
DE LAS DUDAS Y TOMARTE EN EL CENTRO DEL MUNDO.


Tardes de domingo con el tocadiscos girando en pupilas de agua.
Ojalá. Ventanas a trazos diluidas en sal de mares nuevos.
Miradas sin nombre. Escultores de tinta sin cara.
Viento de memoria sin recuerdo, que agite el pelo.
Carne de acordes y grietas sin origen ni caída.
Laberintos caleidoscópicos. Suelos por pisar. Paredes que cuenten cuentos para no existir. Voces desconocidas que inventen canciones de monstruos, que sepan sonreír.
Sábanas de pinceladas.
Pero. No hay nada de eso. No hay paisajes, ni sangre fresca en mis pies descalzos. Sólo viejos arañazos; y no de andar. De los ecos.
Del crujir de pisadas por los tejados. De huellas. 
De portazos.
Un corte, una copa muda, y vino y se fue en los labios. Seco.
Y tiempo al tiempo, digo. Pero Electricidad se ahoga sin lluvia, y crece la arena escalando muros de cristal.
Quiero pisar mundos. De temblores, de vértigo. De calles con viejas historias y orgasmos entre paredes de sueños verticales.
Y aquí sigo, parada. En el mismo sitio. En el punto final asfixiado en tu garganta.
En mi ombligo, el punto del signo de interrogación.