sábado, 29 de junio de 2013

En el fondo del colchón.

Los dos lados de la cama.
Él siempre dormía en el lado de fuera. Ella en el de dentro.
Eso dejaba las cosas muy claras.
Él tenía la huida fácil, preparado para salir corriendo sin el menor obstáculo, con la libertad al lado. Ella, atrapada entre su espalda y la pared, sin más opción que acurrucarse al calor de un mes de invierno con olor a piscina.
Aunque claro.
Él se marchaba sin hacer ni un ruido, sin rozarla, y ella podía seguir durmiendo plácidamente, sin siquiera enterarse de su ausencia. Ella tenía que pasar por encima de él, tocarle, aplastarle; dolerle, probablemente.
Las sábanas un tablero ordenado de contradicciones, de pérdidas gananciales. Pero en el epicentro, una línea desgastada mezclaba el lado oculto con el sol. Cuerpos en contacto estático, imantado. Los dos lados de la cama eran el mismo.

En el fondo del colchón, daba igual pared o abismo; dormían juntos.

domingo, 23 de junio de 2013

Sin estar ni (a)parecer (¿?)

Somos el suspiro número veinticuatro. Somos el intento de algo bonito que se rompe con el último pedazo. Somos una llamada perdida. Somos como el envase vacío que alguien vuelve a dejar en el armario. Somos una carta sin destinatario. Somos un libro sin epílogo. Somos un punto suspensivo esperando los dos agujeros negros a deber. Somos las latas del rincón que sólo sirven de poesía. Somos el polvo al que todo vuelve, pero nadie echa de menos. Somos un grillo en una noche de verano en la que todos hacen ruido. Somos la estrella fugaz no tan fugaz que alguien se pierde, y el deseo guardado en un cajón con calcetines desparejados y monstruos perdidos.

Somos, o eso queremos creer.

Egoísmo de universo concentrado.

Estas noches sola, en las que todo es mío. Esta música que sólo estoy escuchando yo; conciertos de interior. Esta risa sin cómplice que rompe el silencio de nadie. Este alcohol que escuece sin nombre, y se ahoga en el humo de un cigarrillo en labios de quien no suele fumar. Bukowski, que esta noche me tiene de amante, compartiendo mis ojos con relatos de Poe, hasta que mis párpados no quieran más. Copas de vino (y se fue) que se estrellan en francés; por leer a Baudelaire a estas horas.  Mi alfombra, que cada par de horas me invita a la última cerveza –quién sabe con qué propósito, si ya me ha visto descalza-. Luces tenues que creen iluminar a Marilyn posando para Warhol, mientras mi gato me observa aburrido. Paredes que ya se saborean los versos que tienen escritos, de memoria y de repente. Fresas (y frases) con azúcar, porque es verano y está la ventana abierta.

Y al final “je ne t’aime plus, mon amour”, porque pa’ qué. Con lo bien que sienta este egoísmo de universo concentrado, estos acordes sin dedicatoria, y este escalofrío que no recuerda a nadie. 

Improvisación de pompa de jabón.

“Los últimos días del año équis”, los llamaba. A cada paso; daba igual hacia delante o hacia atrás. Todos se titulaban "Epílogo", todos llevaban a su habitación.
Algunos pasaban por el jardín, otros buscaban el giro en países que se salían del mapa. Incluso buscó barcos hundidos cerca del asteroide B612.
Pero es que no sabe dibujar, y las olas terminan en resaca y en adiós, siendo ella la Luna que arranca mareas crónicas inexplicables.
“¿Cómo sobrevivo a esta cerveza?”
Veinticuatro suspiros ,-uno por costilla-, y nadie que los acaricie. Así pasa, que latimos en anacrusa, y nos perdemos el golpe de gracia por tener los ojos abiertos.
“¿Pero qué te esperas, con ese cuaderno de hojas grises sin líneas, y páginas con los márgenes revueltos?”.
Sí… para qué pasar, pudiendo emborronar. Sino, siempre le queda la noche descubierta, con sus complejos de pirómana. Y resulta que el papel arde de maravilla.
Y ahí estaba, planteándose el hecho de que el agujero negro que ocupaba aquel taburete lejano, no era un “echar de menos”, sino sólo la búsqueda de una inspiración más barata que un billete de avión. “Y no es justo”, claro.
Al fin y al cabo era absurdo, porque ella ni siquiera quería escribir sobre tejados mojados, camas vacías, y olores nostálgicos. Quería normas nuevas para un mundo, plano quizá, con aventuras de piratas que no fuesen piratas, lluvia que cae hacia arriba, y frases irónicas.
Pero, ¿y las musas? Esas si que estaban lejos, y en búsqueda y captura (sí, imaginad uno de esos carteles que salen en las paredes de los bares de cualquier Western). Esas si que le hacían falta.
Qué desesperante. Ni siquiera las baldosas ponen de su parte. Al menos sus botas están rotas; eso siempre ayuda.
“¿Bailamos?”, le pregunta una farola. Parecía un poco tocada. “La gente se va sin despedirse, Farola. Pero, qué se puede esperar, si se quedan sin quedarse. Quiero decir, que deberías irte  casa. Ya bailamos otra noche”. Cómo brillaba.
Estos puntos, estos mordiscos sin razón y consentidos, son sólo una excusa para gastar tinta. Y es que no somos más que adictos a los arañazos húmedos y negros, que nos dejan las huellas dactilares listas para ser importantes un segundo y medio.
Hasta que todo se seca, y se arruga. Y terminamos en la papelera, con “Epílogo” escrito en grande. Tachado.
Y más abajo “improvisación de pompa de jabón”.
Y más abajo “Insustancial”.
Y más abajo “como un adiós”.
Y más abajo “Borrador”.

Y más abajo.