domingo, 14 de julio de 2013

Qué bonito es relamerse. O releer, que en este caso es lo mismo.

"El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe, en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en las calumnias, en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aún las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante. El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces, pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo". 

lunes, 8 de julio de 2013

Improvisación de turno.

Como esas lucecitas de pared. Tan pequeñitas, tan tenues; escondidas en sus pétalos artificiales sesgados de arañazos. Pero brillando. Tan diminuta y dulce que calienta el papel antes de regarlo de palabras, tan torcidas como su sonrisa un domingo. Casi a oscuras. Resguardada en los rincones donde se ocultaría una tela de araña.
Qué bonita cuando inspira. Y cuando suspira ya ni os cuento.
Parpadea, como quien airea secretos sin que de tiempo a (des)dibujarlos.
A veces se funde, y se pierde en el muro pintado de promesas rotas por hacer. Pero descansa y vuelve a explotar, tan cálida que convierte el humo del té en niebla que mira y no deja mirar. Que quiere.
Arráncale destellos a mis ojos, a mis labios, que siempre buscan quemarse en tus nubes manchadas de sal. Estrellita de neón. Duéleme, que te quiero tal y como hieres, tan incandescente. Tal y como suenas las noches que te toco y no te desvaneces, ni te desintegras. Ni te vuelves fugaz entre corrientes de aire, dejando al deseo perdido en medio de nunca.
El titilar de una supernova indecisa, con dotes de escapismo cada vez que cierra los ojos y se ve.
Cómo se echa de menos a sí misma. Cuando tiembla de más, o cae de menos. Cuando salta sin vértigo en zigzag entre los dedos.
Infinito púrpura que termina en el penúltimo vértice, en la última costilla.
Una luz diacrítica por encima de la clavícula. Escotofobica creando sombras irónicas que caen y atraviesan el cristal. Transversal, agrietando, pero sin romper. Y qué catástrofe, porque cómo arreglar lo que está entero.
Como si quisiera recomponer.
A veces vale con acariciar el suelo, pero de la mano.
Comparable a las luces de ciudad. Igual de afilada, pero más comedida. Te gusta dejar espacio a la Luna. Poder fingir que no sabes que brillas.
Baila como el fuego, pero quema más alto. Derrite más abajo. Espera hecha cenizas, y renace descosida de retazos.
Habla de abismos, cuando es su ombligo. Habla de ganas, cuando es su cama.
Escuece cada mañana cuando se escapa a ser noche cerrada.

Y se apaga, cansada de pupilas agujero negro que no saben ver la nada.

 PS: Y los desastres también tienen derecho.

domingo, 7 de julio de 2013

Cosa desordenada.

A estas horas de la madrugada, bragas de encaje, y una tetera llena de suspiros con sabor a canela. 
Cualquiera diría que te estoy esperando. Como si no te conociese. O peor; como si te conociese.
Míranos. Tan tarde y sonriendo. Drenando tinta, fingiendo plurales.
Y es que es tan bonito esperar con el pelo revuelto y mi mejor vestido, sentada en el barro, que cuando llegas, qué.
Cuando llegas tengo los ojos abiertos. 
Y da igual que no tengas tiempo, ni nombre. Te tumbas en mi cama, y deshacemos las estrellas, porque hay bocas con cielos vacíos buscando lunas llenas. Pero todos a medias, y claro. 
Tu espalda demasiado dulce para ordenarla. Y la habitación, que sigue oliendo a flores. 
Me miro los pies descalzos, y recuerdo que la última vez que me acordé de olvidarte tenía los zapatos puestos.
Bailamos semáforos en rojo, con la sonrisa sádica de quien vuelve a los lugares donde fue infinito. Donde nunca hemos estado todavía. 
Nos miramos directamente, hasta que se nos quede marcado en la memoria un arañazo, para cuando nos conozcamos poder reconocernos. 
Después de algunos pedacitos afilados y varias tazas de té, ya sólo nos quedará cerrar los ojos. Y a sobrevivir que venga otro.
Porque después de sus piernas hasta el abismo necesita un cigarrillo.