lunes, 30 de septiembre de 2013

Quién no conoce.

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, 
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo".

sábado, 28 de septiembre de 2013

"Donde solía haber metal".

Porque todo lo hacemos sangrando, aunque ya no sepamos cortar. Aunque ya no sepamos si estático o en llamas. Aunque ya no sepamos a mar.
El hambre de vértigo, que no nos tiembla, sin encontrar la emoción perfecta, la postura. Y los mordiscos buscando la afinación. Las (de)cadencias adecuadas. Un revoltijo de carne y ecos, y grietas, y vacíos llenos de luz, que son más míos a tientas.
El vaho se nos hace cuesta arriba, y la caricia es tan rápida que levanta la piel, mientras la lengua se convierte en una oración sin fe que suplica que no se lleve también las letras.
Y nos descosemos, y nos quedamos sin aire en un barco que no es de nadie. Ya no llevamos sombrero.
Pero somos capaces de seguir bailando; o incapaces de parar. Y no sé qué más queréis.
Pero yo también.