martes, 26 de noviembre de 2013

Últimamente confundo mucho la necesidad de escribir, con las ganas de leer.
La necesidad de un café con las ganas de un cigarro.
La necesidad de un vaso de agua (ese, único e inigualable, que siempre nos parece que está a rebosar), con las ganas de otra cerveza.
-O viceversa-.

Los versos pecera, con los versos mar.
La necesidad de follarte, con las ganas de quererte (que, como todo el mundo sabe, "es otra forma de querer"; pero no basta, y hago mucho ruido para oír lo que me falta).
-Y a esto no hay quien le de la vuelta. De hoja. De ojalá. O sí, porque pierdes el mechero todo el tiempo, pero al final lo encuentras (o lo encuentro)-

Hasta que me de por admitir (otra vez) que da lo mismo.
Pero por el momento, ojitos antireloj, voy a pedirte cinco minutos más.
Y otra poesía.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Qué más da.

Me apetece caminar, sin moverme de mi cuarto. Porque hoy quiero estar aquí.
Quiero coger un avión y aterrizar en nuevos porqués.                
Quiero que me lleves a un túnel de lavado, a ver llover.
Porque podemos ver películas lentas, que son más poesía que conflicto, pero es que, según a que latidos, una crea al otro.
Podemos intentar escribir justo ahora, con la arena del reloj metida en los ojos, y el centro del huracán en el ombligo.
Y es que podría preguntarte cualquier cosa; y me responderías.
Podría (d)escribirte en veinticuatro moretones, de los que parecen la aurora boreal sobre la piel, pero un poco más muerta. De los que no tienen explicación.
Y aún me sobrarían tres. Tres palabras. Beso y medio.
Porque ya no sé si costillas, o gramos.
Si viento o carne…


Pero qué más da. Si se nos escapa igual. 

martes, 19 de noviembre de 2013

"Oigo cómo crecen las margaritas".

Probablemente esté repetido, pero.-

"-Habrá tormenta- gritó la niña, precipitadamente.
Parecía muy asustada de la oscuridad que se había cernido sobre el bosque, y de los retumbos que sacudían de vez en cuando el cielo. Ese miedo me sorprendió, pues antes no había tenido miedo de la hierba.
Parecían afectarla tanto el ruido, la oscuridad, y la fuerte lluvia, que le puse un brazo por los hombros. Al hacerlo, experimenté algo nuevo, una sensación menos ajena y desasoseguada, más responsable y extrañamente intensa; como si hubiera heredado una confianza y un privilegio. Por primera vez sentí cierta afinidad con el monstruoso paisaje; sabía que me habían enviado al sitio adecuado.
-Eres muy valiente- dijo ella, mientras los ensordecedores cielos parecían inclinarse en torno a nosotros y gritarnos al oído-; ¿no lo oyes?
-Oigo cómo crecen las margaritas".

Cosa vieja que andaba por ahí olvidada.

Por aquellos días en los que la ignorancia ayudaba a mantener realmente intacta la inocencia, y hacía que fuese tan sencillo escapar de los miedos como escuchar un poema o una canción, o refugiarse en la siempre tranquilizadora voz que los recitaba. 
Hoy escribo esto para agradecerle a tu voz ser capaz de recordarme cómo era esa sensación. Por aquella época sencilla de días felices; por estar a salvo otra vez de mis miedos nocturnos, como lo estuvo aquella niña. Dulces pesadillas.
“Tragasueños, Tragasueños, ven con tu cuchillo de madera, y tu tenedor de cristal. Trágate los malos sueños que de noche me dan miedo. Si así lo haces, Tragasueños, serás mi invitado; el invitado de honor.”
-(Y, por supuesto, un recuerdo especial a la persona que me recitaba cada noche esto antes de dormir, y lo introdujo en mi memoria para siempre.)-

lunes, 11 de noviembre de 2013

Aunque a veces no me alcanzo y. Joder, me echo de menos.

Puedo intentar huir de mí, de mis horas de más,
pero siempre me persigo.
Ya no vale el humo que sale de tu boca
con el cigarro de después del abismo.
Ya no sirven los charcos, los trucos de escapismo,
ni intentar dar vueltas 
con más grados que lo que bebimos ayer.
Y es que me he quemado con la tinta
hasta ser ceniza de mis propios labios.
“Hecha de viento en vez de carne”,
cualquier excusa es válida, si suena a mis vicios.
Porque vamos a utilizar el “egocentrismo
como forma de erotismo”,
y admitir que mejor mis ruinas que la nada.
(Por cierto, gracias; gracias por la nada. -Nótese la ironía).
Así que si el golpe retumba por todo el cuerpo
-porque, al fin y al cabo, está hueco-,
yo
me escribo.

De cuando se pone el sol de cada farola.

Lo bonito que es idealizar hasta los huesos
en un banco de Cibeles
llenándonos de besos
y de lluvia
y de vapor de invernadero,
mientras sale el sol y arranca el metro.
Aunque después de la siesta
ya no sea lo que era hace unas horas,
cuando era más otoño,
y había un portal en cada acera.