“Los últimos días del año équis”, los llamaba. A cada paso;
daba igual hacia delante o hacia atrás. Todos se titulaban "Epílogo", todos
llevaban a su habitación.
Algunos pasaban por el jardín, otros buscaban el giro en
países que se salían del mapa. Incluso buscó barcos hundidos cerca del
asteroide B612.
Pero es que no sabe dibujar, y las olas terminan en resaca y
en adiós, siendo ella la Luna que arranca mareas crónicas inexplicables.
“¿Cómo sobrevivo a esta cerveza?”
Veinticuatro suspiros ,-uno por costilla-, y nadie que los
acaricie. Así pasa, que latimos en anacrusa, y nos perdemos el golpe de gracia
por tener los ojos abiertos.
“¿Pero qué te esperas, con ese cuaderno de hojas grises sin
líneas, y páginas con los márgenes revueltos?”.
Sí… para qué pasar, pudiendo emborronar. Sino, siempre le
queda la noche descubierta, con sus complejos de pirómana. Y resulta que el
papel arde de maravilla.
Y ahí estaba, planteándose el hecho de que el agujero negro
que ocupaba aquel taburete lejano, no era un “echar de menos”, sino sólo la
búsqueda de una inspiración más barata que un billete de avión. “Y no es justo”,
claro.
Al fin y al cabo era absurdo, porque ella ni siquiera quería
escribir sobre tejados mojados, camas vacías, y olores nostálgicos. Quería
normas nuevas para un mundo, plano quizá, con aventuras de piratas que no
fuesen piratas, lluvia que cae hacia arriba, y frases irónicas.
Pero, ¿y las musas? Esas si que estaban lejos, y en búsqueda
y captura (sí, imaginad uno de esos carteles que salen en las paredes de los bares de cualquier Western). Esas si que le hacían falta.
Qué desesperante. Ni siquiera las baldosas ponen de su
parte. Al menos sus botas están rotas; eso siempre ayuda.
“¿Bailamos?”, le pregunta una farola. Parecía un poco
tocada. “La gente se va sin despedirse, Farola. Pero, qué se puede esperar, si
se quedan sin quedarse. Quiero decir, que deberías irte casa. Ya bailamos otra noche”. Cómo brillaba.
Estos puntos, estos mordiscos sin razón y consentidos, son
sólo una excusa para gastar tinta. Y es que no somos más que adictos a los arañazos
húmedos y negros, que nos dejan las huellas dactilares listas para ser
importantes un segundo y medio.
Hasta que todo se seca, y se arruga. Y terminamos en la
papelera, con “Epílogo” escrito en grande. Tachado.
Y más abajo “improvisación de pompa de jabón”.
Y más abajo “Insustancial”.
Y más abajo “como un adiós”.
Y más abajo “Borrador”.
Y más abajo.
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