lunes, 5 de marzo de 2012

Sacrificar la piel para salvar el corazón...

…Y finalmente consiguió entrar en la casa, como tanto había deseado.
 Al cerrar la puerta tras de sí, impresionantes espejos con reflejos difuminados se partieron en mil pedazos, cayendo sobre ella con un tintineo metálico, como el aletear de diminutas palomas de plata. Muy pequeños para pegarlos. Suficientemente afilados como para hacer daño.
Antes de caer al suelo, los pequeños cristales hirieron su piel con numerosos cortes. Gota a gota le recordaron que ella había pedido las respuestas. Gota a gota su corazón se volvía evanescente. Pero era mejor que tener segundo tras segundo aquel cuchillo en su garganta.
Ahora había caído del todo, y podría volver a levantarse, sin tener que esperar de rodillas.
La luz y el aire entraban por las ventanas.
Los cortes cicatrizarían, y dejarían marca, pero ya no habría más sangre.
Iba a doler apoyar las manos sobre los cristales rotos para ponerse en pie, pero ahora estaba a su alcance.
Observó atentamente las motas de polvo que danzaban en la luz, deshaciéndose de placer.
Al fin, respiró sin que el corazón se encogiese en su pecho.
Libertad. 

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