miércoles, 18 de julio de 2012

Todo se marchita.


El corazón, que anda escondiendo entre válvulas el miedo a perder la fuerza necesaria para intentar atravesarme las costillas. Un engranaje chirría. Ya empieza a ser todo color Marte.
Las garras, desde lejos, cada vez aprietan más. Se clavan a los vértices desde el silencio, y sangran nuestra piel con colores afilados.
"Nuestra". Letras que se nos cayeron de la cama., y sólo mi nombre ensuciando la alfombra.
Y después. Léeme este atardecer.; si aún te queda aunque sean un par de palabras.
Hiéreme, y sácame de aquí.
Empújame hacia el fuego de una estrella, allá, abajo. Al fondo; del abismo. Suplicando por el vértigo.
El universo, de colores, en sus ojos cerrados.
Colores, que se lleva el humo, que se diluyen entre ríos de pintura en un vaso de agua. Y ascienden.
Ascienden hasta el mar de las vicisitudes.
Y es allí donde la quimera se eleva ante mí, tan etérea y tan sólida entre nubes de carbón. Me mira fijamente, y salen burbujas de agua de su boca, en un grito sin aire.
Y me ahogo en el único resquicio de dolor que asoma a tus ojos. Sin que me mires, claro; eso nunca.
El monstruo solitario bajo la cama, que no sabe apartar las sábanas. Que no sabe meterse dentro.
El deseo, desde fuera. Siempre desde fuera. Fuera de ella: fuera de él. Y yo me lo guardo dentro, en la cajita de Pandora donde guardé las mariposas, de un malva desteñido.
En el suelo, mi ropa y papel. Tinta, en mi cuerpo.
Una despedida, gastada de arder sólo por un extremo. Un "adiós" que se perdió en un laberinto de hielo en tus labios cerrados, secos.
Nieve. Niebla.
Matices del negro.
Polvo. Hierro.
Levedad... Peso.
Pesa. Pesas.
Volamos. Pasado.
Con dinamita y pólvora.
Pero respira tranquilo el aire viciado de tu instinto. Sólo quien se ahogó estalla.
Sólo la fe, convertida en sombras que bailan en la pared. Con alas. Sin poder volar.
Sólo un aullido que ya no tiene voz para quebrar.
Sólo la luna, que ha dejado tu cama, para irse a cantar sus versos a donde la anhelen escuchar.

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