martes, 19 de marzo de 2013

La magia de las compañías aéreas de bajo coste, o de cómo los aviones a veces no son de papel.


Que en dos días yo voy a llegar al invierno, y no al revés. Y los "tés" van a volver a no ser "tés", si no secretos; mucho más de cerca.
Secretos muy mal guardados, todo sea dicho. Pero es que los piratas y el honor; ya sabéis.
Al fin y al cabo, recortar baldosas mojadas de norte es más aventura si son cuatro botas rotas las que se pierden con los mapas. O en.
El caso es que se pueden confundir los motores de un avión con ronroneos, las letras en la piel con primeros besos, y quedarse sin aliento con respirar a trazos.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cuando aún no han cerrado las piscinas, y somos sal en las olas.

Confundiendo versos pecera con versos mar. Al fin y al cabo todo son lágrimas, siempre a punto de rimar. Por eso hacíamos buena pareja; tu alfombra de sal y mi ropa.
Me enroscaba como un gato en espirales de domingos con olor a cerveza y sofá. Como un invierno que sabía dormir en el calor de las pupilas de Septiembre, cuando aún no han cerrado las piscinas; sin morir.
Pájaros con las alas demasiado grandes, y yo que siempre le encontraba utilidad a las plumas amputadas. Cuánta poesía. Intentando escribir los gritos del viento en la garganta, y que se escurriesen por la espalda. Que desgarrase.
Como si fueses a encontrar mis calcetines perdidos, o a atrapar insectos en ámbar.
Y yo que aún creía en las despedidas. Esas tan bonitas, que dolían y sabían a sugus de estación.
Yo, que quería ser el último de tus puntos suspensivos; el que se queda justo al borde del precipicio. Y que nos precipitásemos en la siguiente línea.

Hasta que enciendes la oscuridad, y todos se asustan.
Y para cuando te vas, yo ya estoy sola.



La lámpara de tu mesilla será la puesta de sol en pausa (tal vez a punto de morir), y haremos del suelo de tu habitación los canales de Venecia.
Dormiremos desastre y cataclismo revueltos, para despertar en tu boca con mi mejor sonrisa de catástrofe despeinada.

El cielo atardecer de su boca era la puesta de sol del azul de sus ojos.


Arriba, abajo. El balanceo intentaba meterse el viento en el bolsillo. El chirrido de los grillos quedaba ahogado por el del columpio, y le vino casi tangible la imagen de su propia vida, con el cielo, el horizonte y el suelo confundidos en un color Marte agónico y precioso.
La lluvia cae regando el parque de humor cambiante, jugando a deslizarse por su pelo y por los toboganes.
Coge más impulso, y la vida traspasa su nariz. Los árboles ya sólo son agujas sin anclaje a la tierra, que intentan pinchar la cúpula.
Se abre un agujero en las nubes (quizá por el huracán de su juego), y se dejan ver unas pocas estrellas, perdidas en un escenario improvisado.
Escenario.
Ella, que siempre confundía los orgasmos con estar atada a las cuerdas que suben y bajan el telón.
Y salta. Aterriza con tanta fuerza en la arena que sus pies echan raíces en los engranajes muertos de la noche. Pero son elásticas.
Se pone de puntillas, y estira las ataduras. Vuelve al suelo, y el hambre de vértigo le recorre la columna vertebral como un funambulista de fuego y hielo. El escalofrío devuelve sus pies a las puntas. Algo se rompe en su estómago, y en su pecho. Cada ligero movimiento inventa uno más amplio y más fuerte. Ahí está; aleteos.
La arena se vuelve agua. Ella está hecha de humo, volátil. Los árboles son sombras que marean las distancias.
Vuela. Arriba y a gritos libres que vuelven sus raíces una simple línea.
Vuela. Y el cielo. Las alturas rompen la tonalidad del polvo lejano, y pasa por los labios fruncidos que eran más acantilado que boca, hasta llegar al color de aquellos ojos que eran charco profundo, más azules que cualquier cielo.
Y vuela en picado. Cae. Se vuelve entera de madera y porcelana, y el vértigo le sube como un ovillo de lana, desde los pies descalzos hasta la garganta, atrapando los gritos, las calles, los giros. Ahogando.
Se queda tumbada, confundiendo aún la posición horizontal con el vuelo inestable. Mira fijamente hacia arriba. Tenían las pupilas imantadas.
Un parpadeo del cielo, y ella misma cierra los ojos. Duele cuando no mira, y eso no está bien. Mantiene los ojos clausurados, por derribo. Asfixiando ganas, enterrando mariposas.

viernes, 1 de marzo de 2013

Distracciones recurrentes. Y se quedó sin corregir.

Nos gusta disfrazarnos de piratas desorientados; sin loros, con asfalto. Acariciando los espasmos en la literatura de nuestros brazos, impregnada de saliva en los puntos cardinales clave. Como si supiéramos escribirnos, entre cervezas y tés que no son tés, si no secretos. Aguantamos la respiración, y somos partículas subatómicas bipolares buceando en agua fría. Me recita desde lo alto de una silla, y casi parece una nube con el pelo revuelto. Tiene los verbos llenos de nieve, y no sabe si es una hormiga o una nave espacial; yo digo que es las dos cosas. A veces es un párrafo, otras se pone sus galas de metáfora en una sola línea. 
Hasta sus ojos son de fresa, pero se clavan; sobretodo cuando aletea y provoca huracanes.