martes, 28 de mayo de 2013

Aferrarse a una improvisación ardiendo (o de cuando Inspiración se esconde de mí).

Como cuando las cenizas queman, pero el fuego está apagado.
Me fallan los ojos. Como si el frío despeinase las pestañas y vaciase las cuencas.
Me fallan las piernas. Como si tener un rumbo fijo hablase de cornisas sin vértigo, pero igualmente suicidas. Involuntarias.
Me fallan las manos. Como si el temblor de las páginas de un libro se hubiese pegado a mi piel.
Me fallan las cuerdas vocales, como si supieran del equilibrio y sonrieran sin piedad alguna.
Pero lo peor. Me fallan las letras. Como si me las hubiesen amputado las ganas atadas a la cama. Como si no supiese qué falla, y no pudiese arañarlo en el papel. Como la tinta hirviendo en las venas, pero sin llegar a desangrar.
Me fallo. Otra vez. (Dis)continuamente.
Por eso me río. Me río cada vez que haces una mueca triste, porque no sabes qué has hecho mal, ni cómo me has herido.
Como si fueses capaz de hacerme ni la mitad de daño que me hago yo misma.
Como si alguna vez hubiese(s) sabido mantenerme respirando.

sábado, 25 de mayo de 2013

Improvisación desde donde la música araña. (Tal cual quede).

Llevo todo el día con una camiseta ancha, bragas de encaje, y tacones de unos trece o quince centímetros.
He jugando con el gato, y a la Nintendo. He comido comida china, y helado con montones de sirope. He lanzado canicas por todo el salón. He destrozado canciones de Regina Spektor al piano. He bailado encima de la mesa con un botellín de cerveza por micrófono. He deshecho una caja de porexpan. He hecho pompas y las he pintado con humo. He leído un par de capítulos de un libro de Terry Pratchet utilizando una copa como lupa. He escrito con la pluma, llenándome de tinta, y sin tirar el tintero; sobre el vacío y sobre imanes,sobre traiciones y sobre nostalgias que se creen que echan de menos. La pared me ha dicho que se siente sola. Y la ducha. He hecho magdalenas. Le he pintado flores a un mueble. He encendido todas las velas de la casa.
Me he puesto una blusa, botones incluidos, y me he quedado descalza.
               De repente estoy romántica.
No necesariamente en este (des)orden.

Curádmelo.
O no. 

martes, 21 de mayo de 2013

Juegos de las horas restringidas.

"Esta playa es como todas las playas, pero la arena no se te mete en los zapatos, si no en el poroso corazón- dijo el Hombre Arena. 
-Pero los corazones, además de porosos, son impermeables- dijo, con pena, la Mujer Mar. 
La Mujer Mar ignora que todo vuelve a comenzar cada vez que se evapora". 
Como nuestros peces efervescentes. 

-Parece ser que la reencarnación existe, incluso para el agua no creyente. Eso significa que igual no vamos al infierno y todo. 

-Creo que disfrazarse de electricidad cuenta como pecado. 
-Todo lo que da chispa cuenta como pecado; puede ser. 

Una nube, no muy segura de su propia forma, recordó el rayo, y dibujó distancia y velocidad en un mismo trazo. 

Diluido, el calambrazo llegó de un extremo a otro, sin saber de su inicio, ni ver su final. 
Despeinadas, las sábanas de dos camas lejanas cantaron juntas; cuánta soledad. 
"Me buscarás en el infierno, porque soy igual que tú". 

sábado, 4 de mayo de 2013

Epílogo.

La explosión definitiva de cada madrugada, para alumbrar el techo de fragmentos y poder dormir. El techo, que iba por libre, mientras yo tan alas cosidas, seduciendo a Gravedad. Hasta que se cayó.
Se cayó o se calló, que a veces viene a ser lo mismo.
Quizá incluso yo me caí.

El caso es que al final el sol no era la manera de deshacerse de la sombra, si no devorar el miedo a la oscuridad, y apagar todas las luces.
Pero las pesadillas saben cazar también a tientas, así que igual no merece la pena.

En los márgenes.

Y por no decir "combustión", llamémoslo "interjección espontánea". O "ay".

Siempre quedarán los equilibrios de aeropuerto.


Para dormirme de pequeña, mi madre me arropaba, me recitaba el “tragasueños”, y encendía una vela que calentaba el dulce o reducía a cenizas el miedo. Pero antes me leía un cuento.
Quizá sobre brujas que fueron buenas hace mucho, o sobre piratas con razones que merecía la pena conocer. Sobre niñas que rescatan el preciado tiempo que la gente desperdicia, o sobre flores que domestican a pequeños príncipes.
Me hablaba de viajar, por todos los rincones de este mundo y cada sílaba de otros.
Y a veces… a veces me hablaba del circo. Inventábamos historias juntas, de esas para no existir. Yo nunca sabía por qué personaje decidirme. El lunes era la maga que hace escapismo. El martes volaba la distancia exacta que separa un trapecio de otro. El miércoles serpenteaba tela abajo, como una onda más. El jueves podía ser una funambulista, bailando el agua de unos ojos tristes en un cable. El viernes era en blanco y negro, y mis cuerdas vocales dormían todo el día. El fin de semana estaba reservado para ser de viento (y quizá tinta y pluma) y deambular, antes de empezar en algún nuevo lugar.
Y seguí soñando todas esas cosas, dormida y despierta.
 Años después, las máscaras apenan, las paredes recitan “huir” por donde mires, las botas rotas siempre están hambrientas de vértigo, y los aviones nunca ronronean lo suficiente.
Circular, convertimos en los recuerdos lejanos de una peonza los billetes de ida con vuelta siempre al mismo lugar.
El caleidoscopio tiembla.
Cansados, rascamos sonrisas de muros helados en medio de un teatro en el que los telones pesan, y pocas veces se abren.
Todo un circo.
Pero no uno de esos circos bonitos, con los que mi madre me enseñó a soñar. Uno donde las carpas son de telas de colores y nostalgias bonitas, en las puertas de las pequeñas caravanas cuelgan atrapasueños, y duermen conejos incluso en los sombreros de los tramoyistas.
No. Es un circo de “intentos de” y "casi". De miradas acrílicas que rozando manchan pupilas-agujero negro, y bocas secas.
Aún así, aprendí muy bien de Peter Pan y, a veces, le canto a las farolas sobre la efervescencia del fuego. Salto de charco en charco, viajo al mundo de los calcetines perdidos, o maullo a mariposas descendientes del hada azul, que concedía deseos cuando la gente aún se atrevía a desear; cuando sabíamos del polvo.
A veces el lobo necesita correr, y abro la maleta hasta que los aullidos rompen la luna, haciéndola sonrisa.
A veces cruzo en rojo, saltando por las rayas blancas. Con algún latido de más. Como si siguiera viva, o algo.

PS: Ojalá esa vela se encendiese aún por las noches. Ojalá fuese tan fugaz. Como tus nostalgias, disfrazadas de echar de menos. Como las estrellas. Por morir de algo. De madrugada. De sobredosis. De puntos (suspensivos o no). De alguien. 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Improvisación de un minuto cualquiera bajo la lluvia (sin corregir se queda).



La lluvia resbalaba por el papel, haciendo que la tinta se corriese. Por eso ella, ese día, no llovía; bailaba agua.
El columpio subía, solamente subía. Billete a asteroide B612, sólo ida, y caída libre a un abismo en Sol menor, con rima asonante en la media sonrisa de una luna con bigotes.
Aterrizar quizá (barco, gato, y caleidoscopio incluido), en Alfa Centauri A. Pero claro, es la reina del desastre, así que incendio y nebulosa todo en uno. Cual té de colores hirviendo .
Creando universos a partir de cuadrados de arena convertidos en semicírculo.
Mis CatÁrsis y un día cualquiera. El silencio mueve la hierba, y algún Pepito Grillo ha olvidado nombres, y susurra redención.
La marea pasea por el parque, jugando al escondite, hasta encontrar sus pies descalzos.
De nuevo en el suelo.
Pero “huír” siempre está en el cuaderno, incluso a pesar de las nubes dramáticas y su manía de diluir.
Así que un giro de ciento cero grados, y saluda al General Sherman con una reverencia (subida a las puntas de sus pies, para igualar alturas) digna de la propia  Marie Taglioni.

Y lo escala, esquivando nidos y metamorfósis rodeadas de plumas (que amputadas serían buen instrumento para escribir y volar). La tentación, siempre con sus alas en forma de interrogación, y dando vueltas sobre un globo terráqueo; o extraterrestre. Humanoide.

Vuelve al cielo, signos diacríticos en mano, dispuesta a construir constelaciones con columna vertebral, y fé hecha lengua.

El gris queda tatuado de verde, de pupilas, de cuentos que se cuentan a la luz de una vela, en un suspiro tenue, o que se gritan desde cubierta, para que lo oigan los peces y las estrellas submarinas.

Las complejas subordinadas descienden junto a ella por el tobogán, y queda una perfecta Aurora Boreal vestida de palabras solitarias seguidas por puntos, ordenadas como una bandada de pájaros que escapan, de a uno, pero sin perderse de vista.

De vuelta a casa, la reproducción aleatoria recuerda (en clave) a sus tímpanos el por qué.
       
                       

Cobardía o egoísmo, o la fina línea. Pero da para poesía.

Como Chéjov llamando "cachorro de cachalote" a Olga Knipper. Como Emily Dickinson preguntándole a Thomas Higginson si sus poemas tenían vida. Como Edith Aron sin responder a las cartas de Julio. Como la bala con nombre que mató a Mayakovski. Como Ofelia ahogándose en las carcajadas de Hamlet. Como Verlaine decidido y Rimbaud indeciso. Como si Henry Miller y Anaïs Nin no se hubieran conocido nunca. Como Frida salvando a Diego de sí mismo y de sí misma. Como si Nabókov y Vera nunca hubiesen ido a aquella fiesta de disfraces. Como los hospitales azules de Neruda a Federico. Como mi Ángel con esperanza y sin convencimiento. Como si la Libertad de Paul Éluard hubiese acabado con Gala. Como Celaya convencido de que no merece la pena intentar transformar el mundo. Como Baudelaire sobrio de vino, de poesía y de virtud. Como Juan Ramón quejándose de la risa de Zenobia. Como si Wilde hubiese muerto en aquella cárcel de Reading. Como borrar los cuatro días en Viena de Kafka y Milena. Como Otelo confiando en Desdémona. Como Leonard Woolf evitando la caída de Virginia. Como Leonor y Antonio plantando un olmo juntos. Como Oliverio Girondo enamorado de un pájaro sin alas. Como si Matilda Wormwood nunca hubiese aprendido a leer. Como Bukowski mostrando una bandera blanca.
Otro valiente más muerto de miedo.

Hoy.


Hoy echo de menos.
Hoy quiero cuentos que no sean escritos, si no contados. Por ella. Y dormirme en un banco de estación, mirando sus labios moverse, hablando sobre algún pirata cascarrabias que se rebeló, y compró un gato en vez de un loro.
Hoy quiero no jugar sola. Quiero subirme al tren, y que a bordo seamos nosotras las bucaneras. Viento en popa a toda vela, sobre nieve y vapor. Saltar por encima de respaldos que caen a abismos y no a asientos, socializar con dinosaurios disfrazados de revisores, e importunar a pobres polizones que en realidad han pagado su billete. Y por qué no, que Dios nos guarde las maletas.
Sólo ella sabe, y hoy quiero que me recuerde, que no hay ningún motivo por el cual no pueda ser juglar en un castillo, o vendedora de paraguas en un barco, funambulista en una plaza, escritora de recuerdos olvidados en un puerto.
Hoy quiero volverme diacrítica de nuevo, y ser sólo una diéresis en su clavícula, y que sepa pronunciarme. Que me lleve como un lunar, cerca del pulso, por ciudades frías con calles tan de cuento que asustan, pero que no nos conocen. Nadie sabe nombres, ni idiomas, ni ojos. Ni siquiera la luz de las farolas nos sabe efervescentes; sólo el cosquilleo.
Hoy quiero que la tinta fría de las venas se mezcle con té hirviendo. Y el azúcar repartido; en la taza, en fresas, en frases, en una película que ver con las letras destapadas.
Hoy quiero incluso aquella despedida con olor a sugus invisibles, y un no adiós a menos de dos mililitros cúbicos de sus pupilas.
Hoy quiero.