jueves, 23 de agosto de 2012

Al vacío. Miradas incómodas.


Bailaba. Nunca le importó por qué. Hasta que la música cambió el registro, y el giro se hizo brusco, se hizo lento. “¿Dónde está mi dulce vértigo?”
La cuerda, tensa, siempre recta. Siempre arriba. Nunca le ha gustado.
Pies descalzos. Que se agarran, que resbalan.
Su vestido morado jugando con el viento.
Le encanta ondularlo, justo antes de hacerla caer.
Y cuánto le gustaban las escaleras de piedra, para volver a subir.
El tacto, duro y frío. El color de las cenizas que volaron. Cómo parecían no tener fin.
Y escuchar, desde arriba, el eco de sus pasos, que suenan a tropiezos. A fracasos embotellados que no dejan de vagar por el mar, pero se pierden.
No sé seguir.
He perdido. Palabras en recuerdos. Recuerdos, que no olvidados. Pero están perdidas.
Sin acorde exacto.
Paraguas rima con besos. Delicados.
No se gastan. Se rompen. Pero quedan. O se marchan. Los pedazos. ¿Aire?
Se los lleva. Tiene pocos. Muchos. Y me suelta el pelo.
Y jugamos. A trazos. Con las pompas de jabón, haciendo como que existes. Y nos miramos.
Y nos quedamos. Con los pedazos.
Y olvido, del verbo lengua.
Y rebusco. Los busco. Y llueve. Los toco.
Los siento. Lo siento. Corta. 
Los tiro. Me voy.
Me voy. Despedida sin. Mirar.
Y. Cosido entre paréntesis. Adiós. 

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