sábado, 29 de junio de 2013

En el fondo del colchón.

Los dos lados de la cama.
Él siempre dormía en el lado de fuera. Ella en el de dentro.
Eso dejaba las cosas muy claras.
Él tenía la huida fácil, preparado para salir corriendo sin el menor obstáculo, con la libertad al lado. Ella, atrapada entre su espalda y la pared, sin más opción que acurrucarse al calor de un mes de invierno con olor a piscina.
Aunque claro.
Él se marchaba sin hacer ni un ruido, sin rozarla, y ella podía seguir durmiendo plácidamente, sin siquiera enterarse de su ausencia. Ella tenía que pasar por encima de él, tocarle, aplastarle; dolerle, probablemente.
Las sábanas un tablero ordenado de contradicciones, de pérdidas gananciales. Pero en el epicentro, una línea desgastada mezclaba el lado oculto con el sol. Cuerpos en contacto estático, imantado. Los dos lados de la cama eran el mismo.

En el fondo del colchón, daba igual pared o abismo; dormían juntos.

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