Los dos lados de la cama.
Él siempre dormía en el lado de fuera. Ella en el de dentro.
Eso dejaba las cosas muy claras.
Él tenía la huida fácil, preparado para salir corriendo sin
el menor obstáculo, con la libertad al lado. Ella, atrapada entre su espalda y
la pared, sin más opción que acurrucarse al calor de un mes de invierno con
olor a piscina.
Aunque claro.
Él se marchaba sin hacer ni un ruido, sin rozarla, y ella
podía seguir durmiendo plácidamente, sin siquiera enterarse de su ausencia.
Ella tenía que pasar por encima de él, tocarle, aplastarle; dolerle,
probablemente.
Las sábanas un tablero ordenado de contradicciones, de
pérdidas gananciales. Pero en el epicentro, una línea desgastada mezclaba el
lado oculto con el sol. Cuerpos en contacto estático, imantado. Los dos lados
de la cama eran el mismo.
En el fondo del colchón, daba igual pared o abismo; dormían
juntos.
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