miércoles, 4 de enero de 2012

A veces nada importa lo suficiente...

Porque hay veces en las que nada importa lo suficiente; en las que nada es lo bastante real.
Que hoy he vuelto a soñar que te metías en mi cama, y te comías hasta mi alma. Que esta noche me dabas besos que me hacían volar.
Pero al abrir los ojos me estampo contra el suelo, y se hace obvio que no estás.
Las calles están muertas, los muertos ya enterrados. Nada me habla de algo que no sea soledad.
El brillo de mis labios yace ya apagado. Bajo tierra, asfixiado, por algo que no fue tu boca, ni será.
Mi luna grita desesperada a tu sol, hasta quedarse sin voz. Parece que a él sólo le importa su resplandor.
Ni por salvar una vida, está dispuesto a prestar parte de su fulgor.
Y me ahogo entre copas vacías y sudor.
Caras que me hablan de cosas insignificantes, voces que no son tu voz.
Labios que me rozan por instantes, camas que ni el presente recordó.
Hoy en día, ya nada que no mate se anhela, y ni lo que da la vida resucita la inocencia perdida del que alguna vez vivió.
A quién no le apena que el amor que más persiste sea el que jamás existió. 

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