jueves, 6 de octubre de 2011

Fragmento...

-Casi había olvidado tu cara… y tu pelo…
-¿He de sentirme ofendida?
Él recuperó la compostura, e hizo un ademán similar a una leve reverencia.
-Simplemente es contradictorio. En ocasiones, no somos capaces de recordar con exactitud a las personas que más merecen ocupar nuestra memoria. Nuestra mente no es capaz de almacenar con justicia semejante belleza, que ni tan siquiera es concebible mientras la observas directamente. No es asimilable, por lo que mucho menos conservable. Aunque sería un reto muy interesante para un pintor loco o un músico extravagante y reputado plasmar tal beldad; sin duda sería tremendamente difícil dar con los colores y los acordes lo suficientemente lúgubres y luminosos como para ser dignos de representar la profundidad de su mirada.
-Yo… Siento lo que…
-Vos, mi lady, sois demasiado bella para vuestro propio beneficio. Por eso destruís todo lo que tocáis. Pero sé que no lo hacéis intencionadamente, no tenéis por qué ofrecerme ninguna disculpa. Y ahora, señorita, si me disculpáis, tengo infinidad de asuntos que atender.
- ¡Esperad! ¿Me decís que terminó?
-Preguntádselo a la música.
Una media sonrisa, que no alcanzó sus ojos, relumbró como un latigazo en la cara de él, antes de que se diese la vuelta.
Ella, en silencio y con los ojos brillantes, observó cómo se marchaba, con la capa ondeando a su espalda con gracilidad y una extraña fuerza, atravesando la estancia por la que no corría ni una pizca de aire. Y aunque desde el gran salón no podía verlo, ella, antes de dejar desamparada de sentir su presencia, escuchó como sus manos arrancaban los hermosos sonidos de una última canción a un arpa en el jardín. Una última canción que dibujaba un bosque con recodos escondidos entre la niebla, bajo un manto de lluvia que hacía resaltar los dorados y verdes de las hojas sobre el suelo y en las copas de los árboles. Una última canción inexplicable, como poseedora de un extraño encantamiento.
Una última canción, como una honda mirada intrusa en su interior…
Y se quedó sentada, sin correr hacia la ventana para ver cómo sucedía. Se quedó sentada, disfrutando de la magia, sin buscarle trucos al mago. Sentada… hasta que el polvo de hadas que danzaba en los rayos de sol que llegaban desde la ventana, no fue más que simple polvo suspendido en el aire.

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