martes, 7 de febrero de 2012

Monstruos sobre la cama

Las notas que tu voz funde con el silencio chocan lentamente contra mis párpados cerrados, emitiendo un suave sonido, como de cristales rompiéndose a cámara lenta. Las hojas agrietadas revolotean trémulas alrededor de mi cuerpo; alrededor de la cama. Fijo la vista en un punto del sedoso lago, en la superficie, justo donde el reflejo del sol nada de espaldas. Me ciega. Abro los ojos. Tus iris casi parecen resplandecer más. Pero no estás aquí; eso me protege. Aislado, fuera de mi mundo; por mi bien, por el tuyo. Sin embargo no te gusta ser consciente de que jamás podrás entrar. Intentas obviarlo, y no lo consigues. Autoengaño; curiosa palabra.
¿Demasiado insulso todo? Sí. Sin duda.  Para mí. Y para ti. Porque dentro hay rincones demasiado vacíos. Porque fuera todo se ha vuelto demasiado frívolo.
Las voces son ahora diferentes, y el aire que antes me soplaba juguetón en la cara, ya no las aleja.
Necesito volver a oír el sonido de las olas. Llevo mucho tiempo sin oírlas. Quiero sentir su fuerza infinita arrastrando las piedras de mi orilla, llevándose todo cuanto no debería saber, cicatrizando mis heridas. Volver a sentir la inmensidad azul a mi alrededor… dentro de mí…
Puedo oírlo. Ese horrible sonido metálico. Ese horrible sonido de claustrofobia; de falta de libertad. Apenas alcanzo a verlo porque tú estás delante, pero he llegado a vislumbrar su sombra, su silueta.
Tú ni siquiera lo oyes.
Patas. Ramas. Y las libélulas se funden con las palabras de consuelo al alzar el vuelo, ocultándose tras el cielo.
Papel. Letras. Y los recuerdos de historias aún no inventadas se cuelan por las ventanas abiertas.
La luz que desprende una oscura tormenta de verano, mezclando el olor de las gotas con el calor pegajoso y agradable que te hace creer que nunca dejará que el frío hiera tus ojos. Pero una fina capa de escarcha recubre las canciones de los pájaros, y ya no podemos bailar junto a la hoguera, haciendo a la arena volar.
Odio… Odio que apaga la luz de esas llamas. Todo se reduce a oscuridad. Ya solo quedan los gritos, y mi corazón tiembla de terror; se encoje en su cueva, porque no quiere que todo termine en dolor… pero él nunca fue escritor. Nunca supo juntar palabras.
Así que, aquí tenéis. Triste y poco poético; vacío o no; sea como sea, el final de un oscuro corazón. 

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