lunes, 18 de febrero de 2013

Al final va a resultar que soy la diéresis de tu clavícula.

Juntos. La cama. Quizá así despertemos. Desenfocados; o temblando, quién sabe. Milímetros, eternidades. Sal en la saliva. Quemaduras, vértices. Adicciones, despedidas. Tu boca el fénix, mi lengua las cenizas, la oración. Y creemos, con los verbos ensangrentados y las manos atadas a estrellas de plástico; brillando. Parpadeos, olor a papel viejo, (des)gastado. Húmedo. Nos bebemos. Inundamos tu cuarto como un búnker de destrucción y noche de mantas (o mantras). El pequeño ballet sin título de palabras encadenadas, pintadas. Por confundir música y letra. Y gemido, y risa. Por llover a escala. A trazos, a ratos. A mil kilómetros por hora por cada espacio en blanco y negro de la carne. Y leernos, morirnos, ahogarnos. A mordiscos.
Incluso a traición.
Toneladas de bipolaridad transformándose en tu fe, de mis venas a tus ojos. De cerca. Por la espalda. Por reflejo. Y nos diluimos sin espacio en un tiempo en pausa. Aguantando la respiración. Amputando silencios. Gritando bajito, o suspirando muy alto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario