lunes, 18 de febrero de 2013

Las buenas noches nunca hechas.

Se apaga hasta que sopla el viento. Y se extiende, como carne sobre huesos cada vez más agrietados. 
Un nombre, tal vez. O sólo unos ojos. O buenas noches. El caso es que ni lo sabemos. Ni nos importa. 
Yo estaba allí para. ¿Para? O sigue. Quizá por los vasos vacíos; ahogan muy fácilmente.
Así, sin necesidad de cuerda, ni plástico, ni luz. 
Dame la llave del caos. 
¿Cómo se desarma lo que está desnudo? Envuelto en sal. Sí, engaña. Pero tinta las venas, papel las pestañas.
Buenas noches. Y abrigos que no abrigan porque queremos tener frío. Como si fuésemos algo más. Como si las sábanas. 
Ríos que no son, porque están secos sin ser oscuros. Y los puntos suspendidos en el aire que dejaste. Cuando te pedí que me hicieras Silencio. Agujeros negros llenos de vacíos. (Des)esperando mucho de la falta de respiración. 
Me he vuelto a perder. 
Sácame del Sol. Buenas noches. 
Mira. Y no hace falta que lo veas. Bailando con la destrucción, y resulta que arrugados, que agridulce. Ojeras sin nombre, y dolor de cabeza. ¿Por nublar el juicio? Por si éramos culpables. O sólo humo. O incluso polvo. 
Aprieta. El peso y la levedad, por no variar. Y casi flotamos. 
Me caigo, me despeino, me niego, la sangre, más rápido. Morado. 
Y olvidamos, del verbo lengua. Que las camas ni el presente las recuerda. 
Ya no sé si quemado o ardiendo. Si escribir palabras moribundas, o arrancar la piel directamente. Incompleto. Abierto. Sin saber doler, y las ruinas no se arañan solas. 
Y me pongo los zapatos. Me siento, pero de lejos. El barro. Tu sombra. Un beso. 
Buenas noches. Cierra el telón cuando salgas. 

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