viernes, 19 de agosto de 2011

Keep breathing

A veces tanta fuerza, tantas ganas de luchar… Y otras simplemente se desvanecen. Momentos de debilidad que llegan sin avisar y sin explicación alguna, sin un por qué. Nunca hay un por qué. Es la incógnita que falta en la ecuación.
No puedo respirar.

Cada día piensas en los momentos que pierdes, sin motivo aparente, sólo porque sí, por la afición del ser humano de complicarse la vida. Todos los días dedico un rato a pensar en los “te quiero” reprimidos, las palabras malgastadas, y el miedo (o la debilidad) que adormece la felicidad. Pero, ¿dónde se queda el “miedo” a perder una batalla cuando imagino la guerra entera, la vida, sin volver a ver brillo en tus ojos? ¿Cuántas veces te has quedado sin aire a lo largo de tu vida?
No puedo respirar.

Tomarse la vida a la ligera; quizá levantarte un día con los ánimos al máximo y citar famosas frases como “la vida son dos días”, “hay que disfrutar cada instante”… pero, ¿hasta qué punto comprendemos el significado de esas frases? ¿Y su importancia?
Tiempo que se va, que se va y no vuelve. Arena que se desliza por las paredes de cristal del reloj que nos rodea, imparable, incesante.
Miras tu vida pasar, parpadeas, y la pierdes.
He perdido gente. Gente que se va de repente, y te hacen saber que no van a estar más aunque los busques, sin darte ese ansiado por qué. Dolor. Negación, rabia, frustración y dolor. Nada que hacer. Pero es solo dolor. Te sobrepones.
Sin embargo, ¿tú?
Cuando alguien es tu mundo, tu vida, ¿cómo sigues con algo que ya no tienes?
No puedo respirar.

Puedes tratar de enmendar errores, cosas que te arrepientes de haber hecho. Pero, ¿cómo reparas el arrepentimiento por cosas que perdiste la oportunidad de hacer, o de decir? ¿O de vivir?
Estamos parados; parados sin más. Y somos conscientes de ello, pero, ¿hasta qué punto? Porque, al fin y al cabo, seguimos parados.
Todo esto puede acabar en un segundo, sin avisar, y nosotros nos dedicamos a esperarlo sentados en habitaciones diferentes.
No puedo respirar cuando tú no estás.

Y quizá, sólo quizá, sea menor la entereza necesaria para luchar contra tus propios demonios, que para luchar contra los de alguien que amas. El valor necesario para no huir de lo único que te daría más miedo que mirar a la muerte a los ojos. Sentarte junto a alguien, cogerle la mano y protegerle de esa mirada, a riesgo de ver cómo le alcanza. No dejar que le encuentren. Seguir ahí.
Y seguir respirando.

Respira. Y quédate sin aliento las veces necesarias para vivir una vida sin arrepentimientos irremediables, sin un “pude haber…”, sin tiempo desvanecido. Porque esa vida se pasa, y solo guardamos el recuerdo de unas pocas horas. Olvídate del destino al que llegar, y céntrate en el camino que recorres hasta él. Muévete. Dilo. Haz saber lo que piensas, y nunca malgastes los segundos con las personas.
Abrazarte y sentir tu corazón latir, tu pecho moverse cuando respiras.
Respiras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario