sábado, 13 de agosto de 2011

Tan insustancial como una pompa de jabón... Tan frío como el último adiós.

Miré hacia abajo, agarrada con fuerza a la piedra. Aún llevaba puesto el pijama; la camiseta empapada en sudor, el bajo de los pantalones cubierto de barro, los pies descalzos inclinándose hacia el vacío. Apenas era consciente de la lluvia cayendo lentamente sobre mí, fundiéndose con mis lágrimas saladas, pues toda mi atención se concentraba en el sinfín de metros que me separaban del asfalto mojado. Notaba a mi pecho hacer movimientos bruscos, a causa de mis sollozos ahogados, que trataban de extinguir los alaridos de miedo que subían y bajaban indecisos por mi garganta. La oscuridad se arremolinaba y se retorcía a mis pies, como nubes de polvo volátiles, deshechas e incompletas. Pesadillas que se alzaban ante mí de nuevo, como la sombra de un ángel exterminador. Había perdido el eje, y el precario equilibrio me decía a gritos que me quedase muy quieta; no obstante, el tic-tac del reloj parecía ganar intensidad, tratando de ahogar a la razón e instándome a que me apresurase.
El vértigo estaba dejando de ser la sensación más abrumadora, y la impresión de estar atrapada se hundía en mi pecho. Sin poder avanzar, sin poder retroceder. Estancada.
Una sacudida recorrió mi cuerpo, uno de mis pies palpó el vacío, mientras una ráfaga de aire me despegaba el pelo de la cara, cubierta de sudor helado. La impresión de precipitarme encogió mi estómago, como cuando sientes que caes antes de dormirte del todo, pero sin estar despierto. De pronto ya no tuve miedo. Pegada a la fachada del edificio, deslicé mi espalda contra la roca, y me senté, con las piernas colgando en la nada.
Notaba que me resbalaba. El agua debajo de mí me empujaba lentamente, como si me escurriese muy despacio por un tobogán, a merced de la gravedad.
Y entonces caí… Caí de mi torre. Sin cuerda, ni león alado.
Crack.
Vibraciones. Roces. Piel que se abre, huesos que se parten.
Durante lo que parece una eternidad, no puedo levantarme. Mis ojos se niegan a abrirse. Ninguna de las partes de mi cuerpo parece estar comunicada con mi cerebro. Lo único que consigo percibir por mucho tiempo, es tu voz. Tu voz llegándome desde algún punto en la oscuridad, tranquilizándome, reparándome, tratando de arrancarme de... ¿de dónde? 
Tras largo tiempo, una luz intensa atraviesa mis párpados, como si un tren viniese directo hacia mí.
Consigo abrir los ojos, y tus pupilas se clavan en las mías, con la desesperación de quien pensó que no volvería a verlas, de quien encuentra algo que había perdido siglos atrás en la oscura niebla. Sin embargo algo no encaja… El brillo…
Me siento con brusquedad sobre las sábanas blancas. Todo está húmedo, como si una tormenta se hubiese abatido sobre nuestra cama. Tu mirada me atraviesa, y esta vez sí, ese destello de complicidad titila entre el caramelo de tus iris.
Todo comienza a parecer muy lejano, y poco a poco la caída, el golpe, la lluvia… se esfuman.
Me abrazas con fuerza y delicadeza a la vez, como si me fuese a romper con tu contacto, pero tratando de mantenerme aquí, de evitar que desaparezca, que me desvanezca.
Pasan los segundos, segundos eternos… y todavía estoy aquí =)


"En el hueco del eco de su voz vive el eje que desapareció" (Extremoduro)

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