miércoles, 3 de octubre de 2012

Dejé atrás el viento helado de las calles de Madrid, y bajé las escaleras con desgana.
La gente chocaba con prisa, unos contra otros, en un revoltijo de colores y voces que se mezclaban con el chirrido procedente de las vías, ahogando la música de un violín prácticamente ignorado.
Mis botas pasaban desapercibidas entre el ruido de tacones, y mi lentitud permanecía invisible entre carreras contra el tiempo. Cuerpos veloces que ondulaban mi vestido al pasar, y desaparecían en cuestión de milésimas de segundo.
Entré en el vagón de metro sin esforzarme apenas por esquivar empujones, y levanté la cabeza, esperando tener suerte.
Sorprendentemente, un asiento me esperaba encajonado entre un enorme tipo con bigote, y una pared.
Me dejé caer como si en lugar de salir de clase acabase de llegar de la guerra, y miré mi reloj.
Eran las tres, y el segundero, insaciable, no se conformaba. Parecía martillearme en las sienes, así que saqué mi libro de lectura de la mochila, para intentar ahuyentarlo.
Qué mejor que evadirte entre letras tras otro agotador día de rutina (más las horas que aún quedan por delante).
Tras casi diez minutos intentando leer, finalmente desistí. El ruido de mis tripas reclamando comida me impedía concentrarme.
Levanté mis ojos, y se posaron directamente en la figura que había sentada frente a mí. Un chico posiblemente algo mayor que yo, con un abrigo largo y gris, y un sombrero negro, sujetaba unos papeles entre sus manos, tenso.
El pelo castaño le acariciaba los hombros, y de entre sus labios salía un ligero vaho, a pesar del calor dentro del vagón. Sus ojos azul hielo se alzaron para clavarse en los míos, y casi pareció que abrasaban la hierba verde de mis iris.
De repente, todo el metro pareció temblar, pero al mirar a mi alrededor nadie más daba muestras de haberlo notado.
Una especie de aliento gélido bajó por mi columna vertebral, y otra vez pareció tambalearse todo.
Esperé un rato, aferrando con fuerza el libro cerrado que descansaba en mis rodillas, fijándome en cada rostro. Por no variar, todo el mundo parecía ajeno a la realidad, cada cual sumido en su vida. Nadie demostraba haber percibido nada.
Llegué a la conclusión de que era cosa mía, y volví a mi lectura. Sin embargo, seguía sin poder prestar atención a las páginas, pues cada vez era más alta la queja de mi estómago; casi podía compararse con el ruido de un animal salvaje.
Volví a cerrar la novela, con un ligero golpe seco, y levanté la mirada. El muchacho del sombrero me observaba fijamente, y su boca se torció en una extraña mueca cuando el vagón vibró de nuevo.
Con una sacudida del aire, una sombra se deslizó por el rabillo de mi ojo.
Se desplazaba de un lugar a otro de la estancia, emitiendo un horrible y constante sonido gutural, desgarrador, que aumentaba poco a poco de volumen, y trajo a mi memoria descripciones poco tranquilizadoras de relatos de Lovecraft.
Nadie más reaccionaba... excepto él. ¿Acaso también lo veía?
Aquel ser no era más que una especie de borrón oscuro en movimiento, pero era más que suficiente para cortar el aliento.
Cada vez hacía más frío allí dentro.
El chico frente a mí se revolvía en su asiento, inquieto, pero no asustado.
La imperiosa necesidad de echar a correr me agarrotaba las piernas, dejándome inmóvil, mientras la certeza de la imposibilidad de salir del vagón en marcha, me sumergía en un mar de claustrofobia.
Una mirada de aire me arañaba las mejillas húmedas.
El rugido roto, cada vez más intenso, surgía del interior de aquel vacío, lleno de la nada más absoluta, hasta hacerme sentir que unas afiladas garras rasgaban una pizarra junto a mis tímpanos. Una enormidad azabache, donde no se oía ni mi voz, ni nada que no perteneciese a esa negrura.
Un grito murió hecho añicos en mi garganta, e hizo palpable mi pánico, mientras, bajo su abrigo color ceniza, el joven se estremecía visiblemente.
Dijo algo, pero sus palabras se ahogaron entre despreciables sonidos, tan agudos como graves, mezcla de gruñidos y rechinamientos.
Era estridente y ensordecedor. Creía que me estallaría la cabeza.
Fue entonces cuando el chico me cogió la mano. La sombra desapareció.
Sólo se oía el parloteo de la gente y el traqueteo del tren sobre las vías.
Al levantarse de golpe para venir hacia mí, los papeles se le habían desparramado por el suelo, y su sombrero se había caído, y había llegado más allá de nuestro vagón, fuera de su alcance. Tenía el pelo revuelto, y miraba hacia abajo.
Mi respiración agitada se acompasó cuando subió la cabeza y me miró a los ojos fijamente.
Un gesto de alivio iba a asomara mi cara, cuando vi algo raro.
Sus ojos eran ahora glaciales, casi blancos, y en ellos parecía balancearse una mancha negra, de un lado a otro, como bailando.
Su boca se convirtió en un torvo intento de sonrisa, que se ensanchó poco a poco hasta desdibujar por completo todos los rasgos humanos de su semblante.
Pareció proferir simultáneamente un conjunto de horribles sonidos que atravesaban sus cuerdas vocales, algunos procedentes de su estómago, otros que aparentemente partían de sus ojos. Todo a la vez, colisionaba en mis oídos como una especie de aullido deformado, que estoy segura que sería capaz de romper Sol y Luna si no estuviésemos bajo tierra.
En una curva, mi cabeza chocó contra el cristal de la ventanilla, y mis párpados se abrieron de golpe.
El señor del bigote me ofrecía, con una amable sonrisa, el libro, que debía haberse caído de mis manos mientras dormía. Lo cogí, devolviéndole la expresión.
El asiento que tenía delante estaba vacío.
Respiré hondo, tranquila. El calor comenzaba a sofocarme bajo la bufanda.
Tres paradas más tarde, llegué a mi destino, y me puse en pie, despertando mi cuerpo entumecido por el viaje.
Al bajar, me pareció ver de reojo una silueta gris, que recogía algo del suelo y se lo colocaba en la cabeza, antes de descender del vagón contiguo, y perderse entre formas difusas que danzaban por el metro, diluyéndose como sombras de un teatro en la pared.

4 comentarios:

  1. Algunos pequeños cambios y tendré que quitarme yo el sombrero, reflejando, como en mía veces es costumbre, lo contrario a lo que los demás hacen ;-).

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  2. La verdad es que era un trabajo para clase en el que no puse excesivo interés. Después de esto, tendré que plantearme revisar lo que escribo antes de subirlo jajaja =)

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  3. Chiquilla, acabo de criticar positivamente lo que has hecho, y si encima no le pusiste interés... tendré que vigilarte más de cerca ;-)

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  4. Me sentiría observada si no fuese porque yo también vigilo... (Muahaha) Observe usted, quizá algún día le sorprenda =P

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