domingo, 10 de marzo de 2013

El cielo atardecer de su boca era la puesta de sol del azul de sus ojos.


Arriba, abajo. El balanceo intentaba meterse el viento en el bolsillo. El chirrido de los grillos quedaba ahogado por el del columpio, y le vino casi tangible la imagen de su propia vida, con el cielo, el horizonte y el suelo confundidos en un color Marte agónico y precioso.
La lluvia cae regando el parque de humor cambiante, jugando a deslizarse por su pelo y por los toboganes.
Coge más impulso, y la vida traspasa su nariz. Los árboles ya sólo son agujas sin anclaje a la tierra, que intentan pinchar la cúpula.
Se abre un agujero en las nubes (quizá por el huracán de su juego), y se dejan ver unas pocas estrellas, perdidas en un escenario improvisado.
Escenario.
Ella, que siempre confundía los orgasmos con estar atada a las cuerdas que suben y bajan el telón.
Y salta. Aterriza con tanta fuerza en la arena que sus pies echan raíces en los engranajes muertos de la noche. Pero son elásticas.
Se pone de puntillas, y estira las ataduras. Vuelve al suelo, y el hambre de vértigo le recorre la columna vertebral como un funambulista de fuego y hielo. El escalofrío devuelve sus pies a las puntas. Algo se rompe en su estómago, y en su pecho. Cada ligero movimiento inventa uno más amplio y más fuerte. Ahí está; aleteos.
La arena se vuelve agua. Ella está hecha de humo, volátil. Los árboles son sombras que marean las distancias.
Vuela. Arriba y a gritos libres que vuelven sus raíces una simple línea.
Vuela. Y el cielo. Las alturas rompen la tonalidad del polvo lejano, y pasa por los labios fruncidos que eran más acantilado que boca, hasta llegar al color de aquellos ojos que eran charco profundo, más azules que cualquier cielo.
Y vuela en picado. Cae. Se vuelve entera de madera y porcelana, y el vértigo le sube como un ovillo de lana, desde los pies descalzos hasta la garganta, atrapando los gritos, las calles, los giros. Ahogando.
Se queda tumbada, confundiendo aún la posición horizontal con el vuelo inestable. Mira fijamente hacia arriba. Tenían las pupilas imantadas.
Un parpadeo del cielo, y ella misma cierra los ojos. Duele cuando no mira, y eso no está bien. Mantiene los ojos clausurados, por derribo. Asfixiando ganas, enterrando mariposas.

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