lunes, 10 de febrero de 2014

Ancla y ceniza.

Hablamos de los hombres grises desde sus maletines,
quemados por sus cigarrillos
y consumiéndonos con los nuestros.
Su perra, Utilidad, juega a lanzarnos metas que no queremos;
y aún así corremos a por ellas,
como el sentimiento desteñido que intenta ser máscara
y cubrir la masacre.
Los cadáveres que dejaron los cimientos
mucho antes de ser algo (y caer, y arruinarnos).
Mucho antes de ser ruinas de bosque,
y ciudades en pulmones encharcados de negro.
La pequeña niña que quería salvar el tiempo,
ahora lo mata
y se mata
entre papeles oficiales
plantas de oficina sin regar
y mentiras (tamaño y fuente a elegir).
Los cuentos de antes
de dormir
se han convertido en poemas de insomnio.
Frases en “replay”.
Vestidos de colores,
y fotografías en blanco y negro.
El futuro no recibe cartas escritas a mano.
Quién sabe qué de los signos de puntuación
(sin prosa, pero con muchas pausas).
Huesos huecos,
diacríticos en pupilas-mar
que intentan aprender a volar
sin soltar el ancla.
Anclajes de rotos y derrotas
que se empeñan en coser grietas
en vez de intentar tirarse en ellas
y dolerse un poco.
Sirenas sordomudas
de pecera y bajo en sal.
Ventanas cerradas, y la lluvia sin saber por qué.
Tinta seca,
ojos apretados.
Labios apretados.
Puños apretados.

En fin. Que mañana es lunes
y qué asco da
 caminar con rumbo,
y los aviones de papel mojado
que no llegan tan lejos

como yo quiero (hu)ir.

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