Quizá sea
la erosión de tanto salir sin paraguas
o mis ojos
de mirar vacíos;
sólo sé que
hemos gastado los prefijos
de meterlos
entre paréntesis,
y que
comunica la línea fría
que nos
hemos pintado en las máscaras.
No soy
capaz de bajar la persiana del todo,
ni de
abrazar con los cordones desatados.
No consigo
terminar
un puto espacio en blanco.
Ni (la)
nada.
Lo único
que me queda
por dejarme
inacabado
son las copas.
Dramártica
en verso,
la media
tinta que no consigue manchar
las luces
intermitentes de las pupilas-agujero negro.
He
empapelado
y empapado
mi maleta
con
inundaciones arrugadas,
para que
“huir” se sienta más bonito,
y las dudas
no parezcan tan usadas.
Para que me
quepan las líneas fronterizas
del aquí y
el ahora,
que
escuecen;
que se
hunden
hasta el fondo
como
fotografías del pasado grabadas en la piel.
Mis
complejos nocturnos
de pirómana,
revueltos
con las nostalgias fugaces
de
perseguir deseos a tientas
y tentar a
la suerte con vidas de más.
Al fin y al
cabo, no es más que un decorado.
Giro de
caleidoscopio, y los párpados caen justo en el portazo.
Con el
telón,
y con signo
de interrogación concluido.
Un
cortocircuito. Una implosión.
Hidrógeno
en contacto con la piel adecuada.
Tacto de
acelerador particular.
Fisiones
nucleares,
coartadas
de raíz.
El caso es
descuartizar.
No importa
dónde,
sólo que
esté lejos.
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