jueves, 13 de febrero de 2014

Hemorragia improvisada durante la quinta última copa de cualquier día entre semana.

Quizá sea la erosión de tanto salir sin paraguas
o mis ojos de mirar vacíos;
sólo sé que hemos gastado los prefijos
de meterlos entre paréntesis,
y que comunica la línea fría
que nos hemos pintado en las máscaras.
No soy capaz de bajar la persiana del todo,
ni de abrazar con los cordones desatados.
No consigo terminar
 un puto espacio en blanco.
Ni (la) nada.
Lo único que me queda
por dejarme inacabado
son las copas.                             
Dramártica en verso,
la media tinta que no consigue manchar
las luces intermitentes de las pupilas-agujero negro.
He empapelado
y empapado
mi maleta
con inundaciones arrugadas,
para que “huir” se sienta más bonito,
y las dudas no parezcan tan usadas.
Para que me quepan las líneas fronterizas
del aquí y el ahora,
que escuecen;
que se hunden
                hasta el fondo
como fotografías del pasado grabadas en la piel.
Mis complejos nocturnos
 de pirómana,
revueltos con las nostalgias fugaces
de perseguir deseos a tientas
y tentar a la suerte con vidas de más.
Al fin y al cabo, no es más que un decorado.
Giro de caleidoscopio, y los párpados caen justo en el portazo.
Con el telón,
y con signo de interrogación concluido.
Un cortocircuito. Una implosión.
Hidrógeno en contacto con la piel adecuada.
Tacto de acelerador particular.
Fisiones nucleares,
coartadas de raíz.
El caso es descuartizar.
No importa dónde,
sólo que esté lejos.




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