Comprime mis pulmones, da de arder a mis pensamientos.
Aspira el humo de mis miedos, y no lo sueltes. Deja que tu peso me muestre la
levedad del mundo. Llama al orden a mis ganas, ahoga mis gritos en nuevas olas
de placer. Quédate inmóvil, meciéndote por dentro. Mira a través del espejo que
separa nuestros mundos.
Quítaré la venda de mis ojos, con cuidado, sin
abrirlos, y la usaré para atar tus manos.
La presa del delirio de un presente que se cree pasado
(o futuro), de una realidad (inexistente quizá) que se cree un sueño anhelado.
Notas musicales atrapadas en el cuerpo de un piano.
Siénteme cerca, sin notarme lejos. No destruyas las
penas, sólo consuélalas.
Acaricia el calor. Baila con mis noches. Apodérate de
mis horas sin olvidar un segundo.
Escúchame sin oírme. Provoca el añorado temblor de los
cimientos sobre los que estoy construida.
Averigua los colores de mi alma, sin hacer trampas, sin
estremecerla. Busca. Encuentra.
Calla. Dilo todo, sin mover los labios; deja la boca
así, entreabierta, para que pueda ver el escondite de los pecados.
Conviértelo todo en un "seguro que". Dale
vida con un "no sé si". El equilibrio perfecto en el ecuador de las
dudas que saltan al vacío, por la grieta que abrieron los susurros a media luz.
Voz tenue que dibuja cuentos aún no inventados, que
proyecta recuerdos aún no hallados.
Tropieza con las nubes que me caen encima cada vez que
te vas. Trae tormentas de miradas desprovistas de mentiras, repletas de
verdades ausentes.
Captura el olor de una noche atrapada en el ombligo de
mi mundo.
Cierra la puerta. No me dejes huir. No me dejes soltarte.
Quita los frenos a los aviones de papel, que vuelen por
el techo, que se estrellen contra el suelo; que vuelvan a volar.
Trae a tus monstruos para que jueguen con los míos.
Enséñame lo que de verdad es la libertad.
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