Hoy echo de menos.
Hoy quiero cuentos que no sean escritos, si no contados. Por
ella. Y dormirme en un banco de estación, mirando sus labios moverse, hablando
sobre algún pirata cascarrabias que se rebeló, y compró un gato en vez de un
loro.
Hoy quiero no jugar sola. Quiero subirme al tren, y que a bordo
seamos nosotras las bucaneras. Viento en popa a toda vela, sobre nieve y vapor.
Saltar por encima de respaldos que caen a abismos y no a asientos, socializar
con dinosaurios disfrazados de revisores, e importunar a pobres polizones que
en realidad han pagado su billete. Y por qué no, que Dios nos guarde las
maletas.
Sólo ella sabe, y hoy quiero que me recuerde, que no hay
ningún motivo por el cual no pueda ser juglar en un castillo, o vendedora de
paraguas en un barco, funambulista en una plaza, escritora de recuerdos
olvidados en un puerto.
Hoy quiero volverme diacrítica de nuevo, y ser sólo una
diéresis en su clavícula, y que sepa pronunciarme. Que me lleve como un lunar,
cerca del pulso, por ciudades frías con calles tan de cuento que asustan, pero
que no nos conocen. Nadie sabe nombres, ni idiomas, ni ojos. Ni siquiera la luz
de las farolas nos sabe efervescentes; sólo el cosquilleo.
Hoy quiero que la tinta fría de las venas se mezcle con té
hirviendo. Y el azúcar repartido; en la taza, en fresas, en frases, en una
película que ver con las letras destapadas.
Hoy quiero incluso aquella despedida con olor a sugus
invisibles, y un no adiós a menos de dos mililitros cúbicos de sus pupilas.
Hoy quiero.
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