La lluvia resbalaba por el papel, haciendo que la tinta se corriese. Por eso ella, ese día, no llovía; bailaba agua.
El columpio subía, solamente subía.
Billete a asteroide B612, sólo ida, y caída libre a un abismo en Sol menor, con
rima asonante en la media sonrisa de una luna con bigotes.
Aterrizar quizá (barco, gato, y
caleidoscopio incluido), en Alfa Centauri A. Pero claro, es la reina del
desastre, así que incendio y nebulosa todo en uno. Cual té de colores hirviendo
.
Creando universos a partir de
cuadrados de arena convertidos en semicírculo.
Mis CatÁrsis y un día cualquiera.
El silencio mueve la hierba, y algún Pepito Grillo ha olvidado nombres, y
susurra redención.
La marea pasea por el parque,
jugando al escondite, hasta encontrar sus pies descalzos.
De nuevo en el suelo.
Pero “huír” siempre está en el
cuaderno, incluso a pesar de las nubes dramáticas y su manía de diluir.
Así que un giro de ciento cero
grados, y saluda al General Sherman con una reverencia (subida a las puntas de
sus pies, para igualar alturas) digna de la propia Marie
Taglioni.
Y lo
escala, esquivando nidos y metamorfósis rodeadas de plumas (que amputadas
serían buen instrumento para escribir y volar). La tentación, siempre con sus
alas en forma de interrogación, y dando vueltas sobre un globo terráqueo; o
extraterrestre. Humanoide.
Vuelve
al cielo, signos diacríticos en mano, dispuesta a construir constelaciones con
columna vertebral, y fé hecha lengua.
El gris
queda tatuado de verde, de pupilas, de cuentos que se cuentan a la luz de una
vela, en un suspiro tenue, o que se gritan desde cubierta, para que lo oigan
los peces y las estrellas submarinas.
Las
complejas subordinadas descienden junto a ella por el tobogán, y queda una
perfecta Aurora Boreal vestida de palabras solitarias seguidas por puntos,
ordenadas como una bandada de pájaros que escapan, de a uno, pero sin perderse
de vista.
De vuelta
a casa, la reproducción aleatoria recuerda (en clave) a sus tímpanos el por
qué.
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