La explosión definitiva de cada madrugada, para alumbrar el techo de fragmentos y poder dormir. El techo, que iba por libre, mientras yo tan alas cosidas, seduciendo a Gravedad. Hasta que se cayó.
Se cayó o se calló, que a veces viene a ser lo mismo.
Quizá incluso yo me caí.
El caso es que al final el sol no era la manera de deshacerse de la sombra, si no devorar el miedo a la oscuridad, y apagar todas las luces.
Pero las pesadillas saben cazar también a tientas, así que igual no merece la pena.
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