No soy. Y no pasa nada. Pero nada. Excepto el tiempo.
Indiferente tiempo. A veces creo que el tiempo tiene un poco alma de persona;
pero sin disimular.
A veces creo.
Miradlos, con su complejo de contradicción, tan sencillos.
Parece que la calle sonríe, y que no les importa. Y que no están.
Pero qué más da si yo hago escapismo.
Qué importan las nostalgias que aprietan, si al fin y al
cabo nunca fueron necesarios, nunca fueron adicción. Los cuerpos, sin viento en
los ojos, en los huesos.
Y qué importa el ritmo de mis labios cuando beso las
palabras, si están muertas. En segundos…
¿Veis lo que decía del tiempo? Sepulturero.
Quizá incluso disfrute descuartizándonos.
Pero claro, soy tan vengativa… Al final me arreglo
diseccionando el mundo. Entero. Ojalá. Sólo eso.
Posibilidad. Movimiento. Esperar. Yo qué sé.
Cuánto ego(centr)ísmo.
Pero es que cómo voy a respirar si no desnudo el suelo, a
juego con mis pies.
Si las nubes fuesen sólo nubes… ¿podéis imaginarlas sin
escupir fuego? Si, claro que podéis.
Pues lo siento. Siento que me escueza más el caleidoscopio
estropeado que la soledad. Siento.
Ya os había advertido sobre las costumbres; y al final la
decepción se transforma.
Al final, sólo huimos y nos olvidamos de a qué estamos
jugando. Al final.
Y yo caminando por el bordillo, como si estuviese a mil
metros de altura, equilibrando mis manos con libros y cicatrices. Y no es más
que un diminutivo.
Como mi mecanismo. Sí, el de color Marte; seguro que lo
recuerdas. O no. Al menos ahora chirrío más alto, parece. Aunque sigue siendo
un poco disonante. Quizá la reina del drama aún no sabe hacer bien malabares
con cadencias y decadencias; aún no puede componer más allá de los acordes
menores.
Y volvemos a lo del tiempo… No, no volvemos. Espero. Sueño. (“Morir, dormir. Dormir, soñar”. Qué gracioso era Shakespeare).
Y acabo discutiendo conmigo misma. O con otra yo. Por no
variar.
Nos gusta tanto decir las cosas como son, sin ser realistas…
Ahí lo tenéis. Total, parcial.
Singular disfrazado de plural.
Al final, lo único que importa son las luces, los cuentos
por las paredes. Las paredes... que permanecen. Con ellas somos siempre
nosotros los que nos marchamos. Y estarán ahí si volvemos. Constancia e
inconstancia. La perfección. La inmensidad, que agobia y desahoga; con
promesas, tristemente. Al final.
Las preguntas, las respuestas.
El telón, el punto.
Y terminamos, masoquistas, rogando el tiempo.
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