domingo, 6 de noviembre de 2011

Cielo gris...

Gris… Cielo gris.
Solo eso.
En ningún sitio... y ni siquiera ahí.
Y el golpe retumba por todo el cuerpo, al fin y al cabo, estaba hueco.
No sé responderme, y me da miedo preguntarme.
Sigo sin entenderme, al menos esta tarde.
Tiempo. Desgaste.
Se apagará el ruido sordo, dejará de ser todo.
Sin nubes... Gris... sigue el cielo gris.
¿Quién cerró la caja de música en la que la bailarina danzaba?
¿Quién impidió su movimiento, dejándola encerrada?
No cae la lluvia en mi ventana.
No me miran las gotas, precipitándose asustadas;
bailando juguetonas en el alféizar de esa ventana.
Sólo queda el aire. Sólo queda el frío.
Tan solo tus ojos fijándose en los míos.
Solo un instante, pero sin decir nada.
Durante un segundo, pero sin ver mi alma.
¿Dónde te has llevado las lágrimas de mi ventana?
¿Cómo me has quitado los acordes de mi nana?
Ahora ya no duermo. Ahora ya no sueño.
Sueño, devuélveme mi música.
Sueño, atrápame en la tuya.
Y el humo de mi cigarro huye como con pena;
se aleja por las paredes, como una enredadera.
Dibuja formas de ensueño, quizá alguna quimera,
que  trae de vuelta a mi cama ese frío que me hiela.
Sólo en un día, sólo con una mirada,
eres el todo y eres la nada.
¿Y después de la nada? Sólo vacío;
el vacío que soy yo cuando no estoy contigo.
Una simple segunda voz, una última palabra,
como lo será ahora aquella bailarina encerrada.
Sin poder bailar, sin su nana;
atrapada en una de esas lágrimas
que no brincan en mi ventana.
Amante y bella egoísta, la luna que vive en tus iris,
que no ilumina mi cielo, ni mis estrellas tristes.
Estrellas tristes fundidas en el gris…
Estrellas fugaces muriendo en el añil.
Gris… seguirá el cielo gris.

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