domingo, 4 de diciembre de 2011

Dueño de mis resacas...

Ayer te vi. Estabas con ella.
Vi que me mirabas. Tenía los ojos clavados en ti de manera indirecta pero absoluta. No podía evitar maldecirte en silencio, pensando en lo mucho que me gustaría poder verte como el capullo que los demás piensan que eres. Quizá lo seas.
Desvío la mirada consternada, y la deposito sobre mi imagen. El verde de mis ojos parece estar ahogándose en el color coca cola que los rodea.
“¿Quiere algo más señorita?” La pregunta me llega como con eco, y me hace bajar la vista, descubriendo que la copa que tenía entre las manos ya está vacía. “Claro, rellénela con lo mismo”. Sonrío. Una sonrisa vacía. Una risa hueca.
Más risas huecas.
Pienso en las palabras. Inútiles palabras. ¿Inútiles palabras? Raras. Últimamente todo lo que escribo se queda inacabado. Rebusco en todo mi vocabulario. Tengo ganas de escribirte los versos más bonitos del mundo, con las palabras más acertadas, y la forma más hermosa de combinarlas. Pero no las encuentro, y escribo y borro, borro y escribo… Me da la sensación de haber escrito o leído ya todas las frases bonitas que puede haber.
Y entonces me siento estúpida, y me doy cuenta de que aunque compusiera el mejor relato de la historia no lo leerías.
Me levanto, apoyándome en la barra, y el taburete se tambalea detrás de mí al verse desprovisto de mi peso. A pesar de todo el ruido que me rodea, oigo a la perfección mis pasos sobre el suelo de madera.  
Cuando llego a la puerta, me pregunto dónde voy a ir, y por alguna extraña razón, siento palpable tu presencia, tu calor, al otro lado del bar. Tu mirada clavada en mi nuca, estudiando mis movimientos, mientras ella te habla, y se ríe de algo banal que has dicho, haciendo movimientos exagerados con el cuerpo en un vano intento por llamar tu atención. Noto que desvías la vista de mí, y me giro para ver como clavas tus ojos vacíos en ella, pretendiendo darle emoción a tus palabras, haciéndola creer que le prestas atención, y que estás ahí sólo para ella.
Transcurre otra noche más. Divertida, quizá, si no estuviera empañada por tu presencia ausente. 
Mi esperanza de que entrases de nuevo después de veros salir, pensando que quizá fuiste a fumar, hacía ya horas que se había desvanecido como un soplo.
Al llegar a casa te busco… busco pero no encuentro nada.
A la mañana siguiente, ha pasado otro fin de semana. De nuevo otros cinco días de esperar a que pase la vida, de esperar a que lleguen otros dos días de fin de semana, que volverán a pasar, insustanciales. Horas y horas desapareciendo en el más absoluto silencio; cayendo en mi alma, y filtrándose hasta el olvido, hasta un caos de días y hechos, que no se distinguen ni ellos mismos.  
Paredes azules, techo blanco. En el suelo ropa y papel; tinta en mis manos.
Y un domingo más, tus ojos en mi espejo amortiguan la luz de la mañana, y te vuelvo a nombrar dueño de mi resaca.

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