domingo, 4 de diciembre de 2011

Ya no somos.

Contemplando la vista desde el balcón. El viento golpea mi cara, hace ondear mi pelo, y se cuela entre los resquicios que encuentra a través de mi cazadora de cuero para acariciar mi cuerpo.
Veo por el rabillo del ojo al gato sobre la balda de una estantería, tratando de tirar un libro.
La luz de la luna hace palidecer los colores, haciéndolos parecer otros, distintos, con un matiz puro que ninguna otra luz les da. Luz. Luz inmensa en la absoluta oscuridad, tiñéndolo todo de plata, con un brillo mágico prácticamente inexplicable.
Un destello y el sonido de un traspiés. La cadena de una verja entrechocando contra los barrotes cubiertos de hiedra.
Pero solo son vanos recuerdos perdidos en mi mente.
Solo es una habitación de hotel. Las risas, el río, el acero… son sonidos lejos del alcance de mis oídos, solo cercanos a mi memoria.
Mi táctica de volverme loca hasta recuperar la cordura no está funcionando.
Una hermosa flor cuyo nombre desconozco se abre en la maceta que tengo frente a los ojos, saludando a la luna, como un bostezo, como una sonrisa felina… tu sonrisa de gato.
Hace sol, y me besas. Llueve, y nos mojamos. Granizo, refugios… Nieva, y sigues besándome.
Ahora yo estoy en nuestro balcón, pero tú no estás.
Hace sol, y te espero. Llueve, y me mojo. Graniza, e intento refugiarme. Nieva, y sigo esperándote. Pero tú no volverás.
Porque tú ya no eres tú, ya no eres yo… Ya no somos.

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