lunes, 16 de mayo de 2011

Búsqueda. (Uno de los primeros relatos largos que hice)


BÚSQUEDA

“¿Quién soy?” Aprieto las manos contra el espejo. Tengo la mirada fija en mis ojos, grises como la niebla. Paseo la mirada hasta mi pelo negro que cae en ondas por mi espalda, y la voy bajando lentamente, pasando por mi pálida frente y mis blancos pómulos, mi nariz pequeña y respingona, mis labios apretados en una fina línea como si quisieran guardar algo, mi barbilla agachada en un gesto para ocultarme de algo, de alguien, o de todo. Ese rostro tan conocido, me parece tan ajeno a mí, que me pregunto en que está pensando la chica que veo. Llevo apenas tres segundos observando mi cara, y me doy la vuelta. Respiro hondo varias veces seguidas y recuerdo la cara de la bruja. Me siento en el suelo, me abrazo las rodillas y me dejo llevar por el recuerdo.

Avanzo con cuidado. Siempre lo hago, y es lógico hacerlo cuando eres la persona más torpe del mundo. Está muy oscuro, debe de ser tarde... espero que no demasiado. Me deslizo silenciosa por el camino, si es que merece ese nombre. Este lugar siempre me ha gustado muchísimo. Huele a hierba mojada, a árboles altos, a naturaleza, a aire limpio. Aunque siempre que pienso en este sitio viene a mí el olor de los libros, el cuero y el papel gastado. Debe ser porque siempre voy allí a leer. Es un parque natural, pero tiene todo lo necesario para ser denominado bosque. Hay árboles altísimos cuyo nombre nunca supe, caminos bordeados de piedra y flores azules, hierba y tierra mezcladas en una sinfonía de tonos marrones y verdes. Casi diría que se puede palpar la frescura del suelo, como si acabase de llover, aunque haga semanas que no cae una gota del cielo. Hay un lago cerca, y aunque siempre acabo llegando allí, nunca supe muy bien decir dónde se encontraba. A la derecha del sendero más grande, está el cementerio del pueblo. Es un cementerio muy grande, aunque es un pueblo muy pequeño; nunca lo entendí. Es el típico cementerio de las películas, con altas y hermosas estatuas de ángeles alados, panteones familiares que nadie sabe qué familias pueden costearse en Shadow Hill, flores lúgubres, pájaros negros, y gatos merodeadores. Y que ese precioso cementerio estuviese frente a ese hermoso bosque, era para mí la suerte más grande del mundo, pues a nadie le gustaba ninguno de los dos lugares. Nunca había nadie allí, por eso yo me pasé allí más de la mitad de mi vida. Al principio no era más que un lugar donde estar sola, donde desconectar de la agonía del mundo. Pero poco a poco, cada vez que iba, fui descubriendo más cosas. Hasta que aquel se convirtió en mi lugar.
 Al comienzo del bosque siempre se une a mí un gato gris. Es completamente gris, excepto una de las patas delanteras, que es negra. Le puse de nombre Ceniza, aunque nunca utilizo su nombre. Apenas le hablo. Él y yo nos entendemos con la mirada mucho mejor que con las palabras. De hecho, me da la sensación de que él odia cuando le rompen el silencio. Según avanzo, empiezo a verlas. Aquellas mariposas violetas que me persiguen durante horas, y que parecen ansiosas por llegar, aunque da la sensación de que no saben a dónde ir; como yo. Caminamos, y caminamos, hasta llegar a nuestro claro. Es el lugar más mágico del mundo: Las mariposas violetas y las flores azules se duplican. Ya no hay tierra, sólo hierba, suave y susurrante. Pequeñas florecillas blancas y amarillas pasan casi desapercibidas bajo las magnificas y grandes flores azules.
Pero ese día no me dirigía al claro a leer o a descansar. Le estaba buscando a él. Tenía que encontrarle cuanto antes, y sabía que estaba allí porque la escritora de recuerdos olvidados me lo había dicho:

“-¿Quién eres?- Le pregunté a la chica. Era bajita y muy delgada, parecía que se fuese a romper. Tenía el pelo muy largo, castaño, con el sol parecía dorado, y tenía unos tirabuzones como los que tienen las princesas de los cuentos. Era como un delicado dibujo posado, grácil, en su lienzo.
-Soy una escritora de recuerdos olvidados-, me dijo. Era la primera vez que la veía, allí, sentada al borde de mi lago secreto, pero recordaba haberla visto antes, además varias veces, y recordaba exactamente dónde.
-No te creo-, le dije-.Te vi junto a la casa abandonada cuando corría hacia el acantilado. Eras la chica de la máscara que leía cuentos sentada en la fuente de la plaza, fuiste tú la librera que me vendió el libro que está sobre mi mesita de noche, me vendiste una rosa violeta a la salida del museo, y ayer mismo te vi dibujando mariposas en los cristales del tren. Has de ser un sueño, o tan solo eres una chica a la que le sangra la muñeca que me está contando un cuento sin fin.
-  No te estoy engañando y tampoco soy un sueño. La gente a la que le gusta escribir no puede estar en todos los sitios, tan solo las escritoras de recuerdos olvidados podemos. Tenemos el privilegio de jugar con el tiempo y guardar los secretos de la imaginación. Lo malo es que, a modo de condena, mis ojos no saben distinguir lo real de lo irreal. Y entonces, en tardes nubladas y lluviosas como esta, mis muñecas sangran y mis manos se niegan a escribir acerca de recuerdos mortecinos disfrazados de reales que hacen caer a quien los lee y a quien los imagina. Entonces ya no es agua lo que cae del cielo sino lágrimas derramadas de recuerdos olvidados que no debieron recordarse.
- Yo soy Bianca. Soy camarera. O quizás soy la chica que está pintando siempre  junto a la farola, o la que se sienta en el banco a dar de comer a las palomas en el puerto, o la que les saca sonrisas a los niños desde detrás de un teatro de marionetas.
-Tan solo puedes ser lo que quieras ser-, me dijo la escritora con seguridad mirando al cielo mientras la lluvia nos seguía calando hasta los huesos.
-¿Pero por qué me cuentas todo esto a mí?- le pregunté, sin entender.
- Porque tú me lo has preguntado. Sin embargo, he venido a decirte lo que tú más deseas saber.
-Sabes dónde está- comprendí al instante.
-Te estaba buscando-, respondió ella, sin más.
-Eso ya lo sabía- le contesté de malos modos. Estaba empezando a impacientarme.
-Está dónde siempre estás tú cuando no estás en ninguna parte.
-¡El bosque!- grité. – ¡Está aquí!-. La escritora de recuerdos olvidados sonrió.
-Ya se ha marchado, porque es de día, pero si regresas mañana, no tan tarde como para que sea temprano, le encontrarás-. Le di un beso en la mejilla y corrí hacia casa.”

Así que allí estaba, ni muy tarde ni muy temprano, caminando por los senderos que formaban ya mi casa. Pero no tenía tiempo, tenía que darme prisa en atravesar mi paraíso inhabitado. La dibujante de las miradas me había advertido de ello, cuándo me la encontré de regreso a casa, después de hablar con la escritora de recuerdos olvidados:

“Hacía mucho calor y yo estaba parada en medio de la carretera. No había nadie más que yo. Yo y aquella extraña mujer que estaba arrodillada en el bordillo, sollozando y pegando puñetazos al asfalto. Me acerqué a ella. Llevaba un vestido que en su día debió ser blanco, pero que ahora estaba lleno de pinceladas azules, al igual que su largo y liso cabello rubio.
-¿Qué te ocurre?- le pregunté. Me cogió de la mano, y en lugar de apartarme, como habría hecho normalmente, me quedé parada, con mi mano en la suya.
-¿Puedes verme?-, me dijo, muy sorprendida.
-Pues claro. Yo lo veo todo-.Me miró a los ojos fijamente durante un rato.
-¡Por todos los cielos!-, exclamó-. ¡Tú conoces a la escritora de recuerdos olvidados! Y...y... ¡también le conoces a él! Él nos ha hablado mucho de ti. Eres su más preciado don, su ángel.
-Yo no soy un ángel-, dije  medio llorando, al recordarle.
-Bueno... en cualquier caso, eres lo que más ama. Te está buscando.
-Ya lo se. Y también se dónde encontrarle yo. Mañana volveremos a estar juntos.
-Pero debes darte prisa-, dijo la dibujante, con una alarma en la voz que realmente me asustó.
-¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa?
-La bruja del cruce-, dijo.
-¿Quién es la bruja del cruce?
-La bruja del cruce es la gente- dijo. –La gente que cambia las miradas curiosas por las mentirosas, las alegres por las tristes, las únicas por las falsas, las de amor por las de traición. La gente que es destrucción y decepción.
-¿Y por qué he de tener cuidado con ella?- pregunté, sin entender nada.
-Ayer ocurrió algo horrible. La Niña de los Ojos Violetas se perdió, y acabó en el cruce. La bruja le hizo un conjuro. La niña regresó, las hojas color rosa anunciaron su llegada...o su huída. La niña de los ojos violetas sacudió el libro que tenía entre sus brazos, con violencia, estrujándolo entre sus pequeños brazos. Lo tiró al frío suelo de su cuarto. Había dejado de creer en los cuentos de hadas, en los castillos encantados y en felicidades eternas repletas de magia. De nada le servía aquel cuento que encontró debajo de su cama en el que el hada luchaba contra dragones y brujas dejando atrás lujos y títulos de hojalata, y donde al final alcanzaba la libertad en aquel lejano castillo que siempre había soñado conquistar. Ella no me vio..., me escondí tras sus cortinas. Allí estaba la niña de ojos violetas, en un rincón de su habitación rodeada de castillos de papel que aun con tantas lagrimas, había logrado hacer. Cerró los ojos y respiró hondo. Le dolían los dedos, se había cortado con el papel. Volvió a su labor y vio algo que la sorprendió, el libro que había estrujado estaba otra vez a su lado; yo lo había dejado ahí, pero ella no me vio...Lo miró con rabia y lo cogió entre sus dedos nerviosos mientras toda ella temblaba. La niña de los ojos violetas, estampó el libro contra la pared; vi cómo lo hacía. En el interior, el hada temblando murió sepultada bajo los cimientos de su castillo, el cual parecía haberse caído por arte de magia. Sangre rosa se distinguía entre las hojas del libro, ahora sin final, ahogado por la furia del destino.
-Dios mío- susurré, atemorizada.
-Cada vez que alguien tiembla, susurro palabras de aliento como si un libro hubiese muerto y su alma estuviese perdida.- dijo, desconsolada. –La bruja ha ganado. Ahora tiene el poder del hada muerta. Para llegar hasta donde está él tienes que pasar por el cruce, y si no pasas antes de que sea demasiado tarde, la bruja te encontrará. En caso de que lucharas con ella, aunque vencieras, tardarías demasiado, y ya sería demasiado temprano. El amanecer estaría cerca y él deberá ocultarse bajo tierra.
-Llegaré a tiempo-, le prometí. –Muchas gracias por decírmelo. Le encontraré, y juntos recuperaremos los colores, y te los traeremos para que dibujes miradas tan hermosas que no podrán ser sustituidas.- Le sequé las lágrimas con la manga de mi vestido negro y eché a correr por la carretera.”

-¡Au!- grité. Me había tropezado con una de las piedras del camino, lo que me sacó de mi recuerdo de la dibujante de las miradas. De pronto noté mi cara húmeda y descubrí que estaba llorando. Ya no se en que creer. No se que pensar. Todo es extraño, todo está muerto, y odio esta luz oscura que se filtra entre los árboles. Entonces oí un ruido extraño entre la maleza. Estaba lejos pero yo lo oía. Me dirigí hacia allí corriendo; no quería que se me hiciese tarde. Entonces descubrí a una criatura diminuta, sentada sobre una piedra, mirando hacia el cielo. Tenía el pelo blanco y corto, y llevaba un vestido gris tan largo que no se le veían los pies. Su voz sonaba como el repiquetear de las campanas:
- Susurros rompen el viento,
Caen como cristales sin aliento,
Traen sonrisas mentirosas y felicidades artificiales
De esas que las ves
Pero no las tocas.
De esas con las que  ríes
Pero luego lloras.
Dulce agua del olvido,
Vas mezclada con hielo,
Vas mezclada con fuego.
Tatúas en la frente lo perdido
De aquellos que te prueban
De aquellos a los que su mente cierras,
Enmudeces,
Ensordeces. –decía.
-¿Quién eres tú?- le pregunté.
-Yo soy El hada de La Reflexión, la Conciencia... tengo varios nombres- respondió.
-Yo... tengo que irme- le dije. Estaba intrigada, pero debía darme prisa.
-Sabes que no vas a poder evitar escucharme-, se limitó a decir, mirándome a los ojos. Y siguió recitando poemas sin fin, y yo me quedé sentada, escuchándola sin acordarme de que debía apresurarme.
Me cayó una gota en la nariz y de repente desperté. Me había quedado hipnotizada, atolondrada. Miré al hada con furia y ella salió corriendo despavorida. Miré el reloj. Tenía cinco minutos para pasar el cruce o tendría que enfrentarme a la bruja.
Y así fue. Llegué tarde. Ella me estaba esperando. Intentó mirarme a los ojos, pero yo aparté la mirada, una mirada llena de temor que a ella le daría fuerzas. Estaba muy asustada. Me golpeó, me empujó, pero yo seguía en pie, y si me caí, me volví a levantar. Pero entonces pronunció su nombre. Él... Él me estaba esperando, y pronto amanecería.
Levanté la mirada, para buscarle con los ojos, a ver si le veía. Y ahí estaba. La visión más hermosa del universo, esperándome, a mí y solamente a mí. Pero mientras le observaba maravillada dispuesta a avanzar hacia él, la bruja me miró a los ojos, y yo le devolví la mirada; y así fue como me venció. Caí al suelo, y caí sobre una rama, que me atravesó el vientre de lado a lado. Mientras mi sangre púrpura se esparcía, destiñendo mi vestido negro, volviéndolo blanco, todo a mí alrededor se despojaba de la luz oscura, y se volvía blanco puro, una luz sin color que indicaba que yo había perdido. Y él, mi Príncipe de Las Tinieblas se desvanecía poco a poco, en una bruma muy espesa, grisácea.
La bruja se agachó a mi lado, y me cogió de la mano, apretándola fuerte. Y así, con frío gris en los ojos y niebla verde en los labios le dije:
-Qué sonido tan lúgubre, tan solitario. ¿Te has sentido alguna vez así?
-¿Solitaria?
-Inquieta- le digo.- Como si aun no te hubieras encontrado a ti misma. Como si te hubieras metido alguna vez en la niebla y el corazón te diera un brinco. ¡Está aquí! ¡Me faltaba esa parte! Pero sucede tan deprisa que esa parte de ti desaparece otra vez en la niebla. Y te pasas el resto de tu vida buscándola. Pero todo se pierde y no consigues encontrarla.
-¿Tú te has sentido así?- preguntó.
-Toda mi vida- dije, ya con mucho esfuerzo.
-Pues entonces yo también. Pero a partir de ahora ya nunca más será así. Tranquila, ya no sentirás más nada. Todo acabó.

“¿Quién soy?” Aprieto las manos contra el espejo. “No soy nada”.






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