lunes, 16 de mayo de 2011

Fragmento de "Parahíso Inhabitado" (A.M.Matute)

Al fin llegamos al parque. Nunca había estado en un lugar semejante. Todo estaba nevado, apenas había hojas ni flores. Sin embargo, me gustaba: casi más que si hubiera hojas y flores. El estanque parecía helado. Quizá lo estuviera, quizá no, pero se me antojó como si fuera de cristal duro y reluciente. No caminaba nadie por los senderos, solo él y yo los recorríamos despacito, mi mano escondida en la suya, notando su calor aunque estuviera congelada.
Conservo un recuerdo tan vivo de aquel parque, de aquel largo, lento y callado paseo por los senderos flanqueados de blancura suntuosa, que nada podrá borrarlo de mi memoria. Despacio, muy despacio, sabiendo que nadie estaba esperándonos para incorporarnos a sus días llenos de sobresaltos y vacíos, sin apenas transición. Sin que nadie nos reprochara por qué llegábamos tarde a alguna imaginaria cita. Sin tener la obligación de explicar –a oídos, por otra parte, totalmente desinteresados del asunto- qué habíamos hecho, en qué habíamos perdido el tiempo. El precioso tiempo de ellos, no nuestro silencioso vagar por senderitos bordeados de parterres blancos y árboles desnudos, con los negros brazos alzados a un cielo de aluminio. Avanzábamos así, en el mágico silencio que despiertan los parajes nevados.  No sé cuánto tiempo duró aquel deambular sin rumbo, sin la obligación de llegar a alguna parte; sólo así, caminando, despacito, mi mano dentro de su mano, en el aterciopelado silencio de la nieve.
Y entonces sentí un gran deseo de comunicar la paz o la felicidad, esa peligrosa palabra que no debe pronunciarse y que de pronto había llegado a mí. Pero sólo se me ocurrió apretarle la mano. Lo hice una sola vez, y casi al instante él me devolvió el apretón: y lo hizo dos veces. Los dos mirábamos hacia el cielo casi blanco, y con otro apretón de manos volví a decirle que le quería. Me respondió de la misma forma. Creo que nunca, ni antes ni después, he mantenido con nadie una conversación más íntima, más explícita. Ni tan bella. Aquel parque solitario, aquel chico y aquella chica solitarios, aquel vagar sin rumbo, y aquel silencio. Un parque sin gentes, cubierto de nieve, un estanque de cristal, y la ausencia de palabras, y de ruidos –si hubiera caído la última hoja del último árbol de invierno, la habríamos oído- para no romper la conversación muda que habíamos inventado entre los dos, mano a mano.
Se detuvo frente a un árbol muy grande. No recuerdo su nombre, pero sí sus largas ramas desnudas y negras contra el resplandor del cielo. Parecía como si mi cuerpo se hubiera hecho de alguna materia esponjosa, y absorbiera luces, y silencio. Me señaló entonces tres pájaros en el suelo, junto al tronco del árbol. Eran oscuros y formaban un extraño corro, como persiguiéndose en redondo. Eran pájaros de invierno, “pájaros del frío”. Sus vueltas y sus revueltas en torno a un eje invisible parecían evocar algún ritual antiguo, casi sagrado.
–Mira -dijo-, se están dando calor unos a otros...
Pero a mí no me pareció que se daban calor, más bien me parecía que se perseguían sin encontrarse. Y además estaban asustados, desorientados, sin saber qué rumbo iban a tomar, ni a qué o a quiénes iban a unirse en su largo viaje hacia las tierras del Sol. Un viaje que acababa de inventarme, un viaje de luz, y nada tenía que ver con lo que nos rodeaba. Allí, en aquel lugar y en aquel momento, en aquel invierno, parecían asustados como si hubieran olvidado cómo se vuela. Casi sin darme cuenta fui hacia él y me dije que nosotros éramos como aquellos pájaros.
-No se están dando calor...están asustados.
O acaso no sabían qué rumbo tomar, hacia dónde volar. Y añadí, casi sin pensarlo:
-Somos tú y yo.
Dejamos de andar y miró hacia el cielo, que tenía un tono de perla, con nubes casi transparentes. Luego cerró los ojos y vi que de su nariz salían nubecillas, algo así como si fuera una diminuta chimenea de gnomos.
-Todo lo que me has dicho de ti me sabe a poco...- me dijo, sin abrir los ojos.
Ahora, después de tanto tiempo, creo entender sus palabras. Pero, como siempre, no sé lo que realmente guardaba en su corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario