martes, 17 de mayo de 2011

Sueños... Metáforas... A veces poco es mucho... Finales cambiados (al menos para la imaginación)

Calidoscopio...
Calidoscópica...
Calidoscópicamente...
...Solo hace falta girar la rueda o cambiar de luz, para que cambie el paisaje.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------

Iba caminando por la carretera, bajo esa luz casi negra que parece ser permanente, impasible al paso de las horas, de las estaciones, cuando comenzó a formarse una capa muy fina de agua. Tú me mirabas desde la acera contraria, con preocupación brillando en tus ojos.
Pensé que el agua era a causa de la lluvia, pero no llovía. Fijé la vista en el suelo, tratando de ver más allá, bajo el asfalto, y sin saber como podía verlo, me percaté de que bajo el cemento todo era agua, como un océano gigantesco sepultado bajo el camino artificial. Sería ese mismo agua, que calaba, lo que mojaba la carretera. Levanté la cabeza y vi que tu mirada seguía fija en mí, atravesándome por completo, y a la vez produciéndome la desagradable sensación de que no me veías.
A medida que avanzaba, parecía que mis pies se hundían más, y de pronto, con uno de los pasos que di, me sumergí por completo, como si acabase de tirarme y hundirme en una piscina. El agua estaba congelada, aunque a veces pasaban junto a mi cuerpo corrientes cálidas que me confundían. Aguantando la respiración, cerré los ojos por un instante. La imagen que atravesó mi mente fue únicamente de tus ojos. ¿Por qué estaba preocupada por ti, siendo yo la que estaba bajo el agua, sin poder respirar? Alcé la mirada con ansiedad y descubrí que seguías ahí, mirándome, esta vez casi con dolor. Por un momento dejé de sentir el agua a mi alrededor. Te habías acercado al borde, y tenías un brazo extendido, ofreciéndome tu mano. Inclinabas tu cuerpo hacia delante, en un amago de venir hacia mí, a sacarme, pero no llegabas a saltar.
Mi pelo flotaba a mi alrededor, suspendido, y mis brazos y piernas estaban paralizados. No pude aguantar más el aire, por lo que abrí la boca y lo dejé escapar todo, haciendo salir burbujitas. Por alguna desconocida razón, no me ahogaba.
Comencé a nadar, decidida sin saber por qué, hacia lo más profundo. Miraba hacia abajo, y todo lo que veía era completa oscuridad. (¿Por qué iba hacia allí?)
Nadaba, nadaba, llegué a adentrarme en aquella absoluta falta de luz, en la negrura,  pero nunca tocaba tierra.
Entonces, aunque no se veía nada, vi un montón de preciosas mariposas pasar frente a mi cara. Unas eran doradas y plateadas, otras eran malvas. Algunas rozaron mi rostro con sus alas, como una suave caricia inesperada.
De pronto las mariposas se fueron, apresuradas, terminando su hermosa exhibición con brusquedad. Algo me rozó y me asusté, dando un espasmo en el agua. Me di la vuelta y entrecerré los ojos, tratando de ver bien cuanto me rodeaba, pero solo había agua, oscuridad, inmensidad rodeándome.
Una tenue luz comenzó a llegar desde algún punto en el fondo, permitiéndome ver que lo que me había rozado era tan solo un pequeño grupo de flores azules y amarillas. Una dulce melodía, suave, interrumpida, con unas cuantas notas sueltas acá y allá, que erizaba la piel, comenzó a llegarme desde el mismo lugar del que provenía la luz. Sentí que los ojos comenzaban a brillarme. Miré de nuevo el agua jugando con mi pelo, con mi corto camisón blanco, y las burbujas que salían por mi nariz y mi boca. Miré hacia arriba preguntándome de  nuevo donde estabas, pero ya solo había oscuridad sobre mí.
Seguí nadando, hasta que estuve justo suspendida sobre el lugar del que procedía la luz. Ahora, de cerca, ya distinguía el lugar. Una verja de hierro, unos cuantos árboles, altos y hermosos, pero de aspecto frágil. Posé los pies en la tierra. Podía caminar por el fondo sin subir a la superficie, aunque mi ropa y mi pelo continuaban flotando libremente en el agua.
Di unos cuantos pasos, y comencé a distinguir pequeñas lápidas de piedra entre los árboles. A medida que avanzaba más, las tumbas aumentaban en número; había algunas más grandes, otras más pequeñas, e incluso las había que estaban custodiadas por hermosos ángeles de piedra de  rostros melancólicos. Comenzaron a aparecer mausoleos en los laterales, que se entreveían entre los árboles. Me acerqué a uno de los bordes del cementerio, pegándome a los troncos. Tras las criptas solo se veía la misma oscuridad de antes. Seguí caminando, fijándome en las velas y flores, y en los símbolos e inscripciones que decoraban las paredes de fría piedra de las sepulturas.
De repente me quedé paralizada. Notaba algo en mi nuca, como agudos pinchazos constantes hiriéndome la piel. Me di la vuelta y se me heló la sangre. Estaba allí, parado, como una estatua más, vestido completamente de negro, mirándome con unos extraños ojos, rojos, de expresión triste, que quemaban como el hielo. “Que chico tan extraño…” Tenía la cara pálida como un halo de luna, fragmentada, rota, como si fuese un puzzle del que habían colocado las piezas, pero no las habían encajado. Su cuerpo parecía interrogarme.
Comencé a llorar, sin explicación aparente. Observé cuanto me rodeaba, y caí en la cuenta de que ya no estábamos en el cementerio; nos encontrábamos de nuevo en medio del océano de oscuridad, donde no se veía nada. Y a pesar de no ver nada, a él le seguía viendo, continuaba distinguiéndole a la perfección. Pero aunque permanecía viéndole, por un motivo que no llego a imaginar, mi boca no dejaba de articular las palabras “ojala pudiera verte”, mientras mis lágrimas seguían ahogándose en el agua.
Entonces se acercó, y con toda la delicadeza del mundo apartó las lágrimas de mis pómulos con el dorso de la mano. Su tacto era como el de un fantasma; apenas me rozaba, pero a la vez me atravesaba. No podría decir si su piel era fría o cálida, pues no podía distinguirlo.
Tenía el absoluto convencimiento de que no podía oírle, sin embargo escuché su voz dentro de mi mente, suave y susurrante: “podrás verme, y estar conmigo…siempre” Como en una especie de eco, volvió a llegarme la música, a la vez que él pronunciaba esas palabras. La melodía parecía tener voz a su vez, diciendo con un sonido tintineante y agudo apenas audible “yo leo tu mente, tú escuchas mis palabras…”
“Yo quiero estar contigo”, dibujó mi boca. Sabía que podía entenderme. “Siempre lo quise. Pero tú no deseas estar conmigo” No pretendía afirmar la última frase, pero algo hizo que las palabras escaparan de entre mis labios, aunque ni siquiera comprendía por qué estaba tan segura de algo así. “¿Acaso anhelas mi compañía?”
De repente una luz muy brillante, procedente de las llamas de varias velas que ardían con fuerza a pesar del agua arremolinándose sobre ellas, iluminó una cripta a unos pocos pasos de donde estábamos, y la bandada de mariposas con la que me topé hacía un tiempo (no sabía exactamente cuánto), se introdujo por la rendija que dejaba la puerta entreabierta, (“deja a las mariposas llorar, déjalas llorar por ti…”)
Y yo, sin saber por qué, fui detrás. Lentamente, como si desease entrar, pero a la vez me resistiese. “Entra, y pronto podrás verme…”
Un olor extraño, acariciante y agradable, llegó hasta mí (por fin un aroma, no había percibido ninguno desde que me adentré en el agua y dejé de apreciar tu olor…) Una duda traspasó mi alma de pronto… “¿por qué ya no estoy preocupada por ti?”; pero el titubeo se desvaneció entre las gotas de agua, como una pequeña llamita sin fuerzas para brillar.
Alcancé la puerta, la abrí más, hasta casi la mitad, y eché un vistazo dentro. Se distinguía una luz gris, gris muy claro, como de un hermoso día nublado, pero luminoso, sin que el sol asomase por entre las nubes rompiendo la magia. Sabía que allí dentro si que no podría respirar, que iba a morir si me encerraba allí con aquel extraño ser, (¿por qué iba a confiar en él?). Puse un pie más allá del umbral de la losa de piedra que conformaba la puerta, y note su mano introducirse en la mía. Su tacto seguía siendo volátil, sin embargo parecía un tanto más consistente. Las piezas de su cara parecían comenzar a caer, empezando a dejarme vislumbrar un resplandor verde en sus ojos, (tremendamente similar al de los tuyos, solo que más brillante, más presente), y una tenue sonrisa en su boca –triste, pero una sonrisa, al fin y al cabo.
Fue en ese instante, cuando me di cuenta de que no importaba el aire, no importaba el agua, ni la luz ni la oscuridad, ni la vida ni la muerte, no importaba nada, si él iluminaba mi mundo privado con su sonrisa.
Y entonces entré, y la puerta se cerró tras de mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario